© Patricia Karina Vergara Sánchez
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DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA

Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.


lunes, 7 de mayo de 2018

MADRE

Mi madre fue una mujer que trabajó para construir una casa, para criar a su hija e hijo y para sostener de muchas maneras a su marido en sus aventuras de “revolucionario, rebelde”, “libre”, decía él. Era sólo un macho progre. Yo me tragué el cuento muchos años. En el discurso, él era el héroe, ella la de gustos pequeñoburgueses (tan pequeñoburgueses como comprar comida para toda la semana y jabón limpiador).
En fin, lo que quería contar es que ella casi no disfrutó de sus crías porque la pasó trabajando todo el tiempo, hasta que su cuerpo y la esperanza se le agotaron tanto que murió. Salía a las siete de la mañana, volvía a las nueve de la noche, volvía a una casa fuera del área metropolitana, porque fue la que pudo pagar. Trabajaba mucho y en zapatos de tacón alto y con ropa incómoda, la “buena presentación” que le exigía su labor, todo el día. Aún con todo ese trabajar, nunca ganaba demasiado, había muchos lujos que no se podía dar, que no nos podía dar. Por ello, cuando una compañera de trabajo le ofreció juguetes de marca comercial en pagos, quiso aprovechar la oportunidad y pidió un conjunto de muebles para muñeca, que a ella le pareció “elegante”. Se trataba de una salita de estar armable con platos y tazas de plástico y otros accesorios. 
Cuando terminó de pagar el juguete, se lo entregaron en su trabajo. Parece ser que, en algún momento del trayecto de vuelta a casa, ella se quedó dormida en el transporte público y se abrió la caja desparramándose el contenido. Cuando despertó, ella creyó recoger todas las piezas y se fue a casa.
Al abrir la caja y armar el juguete, faltaba una pieza, el respaldo del sillón. A mí, que tendría unos diez años, me gustó mucho y no me importaba la pieza faltante, la cubrí después con un pedacito de tela. Sin embargo, recuerdo su rostro de desilusión, de frustración, tengo la imagen grabada. Habría querido ser yo la madre y acunarla y decirle que todo estaba bien, que ese trocito de fiesta roto no acababa con la fiesta. 
Ahora entiendo lo que implicaba, las horas de explotación laboral, la doble jornada, la angustia por los niños solos en casa, las horas de ida y vueta en el periférico hacia el trabajo, los años pasando, el agotamiento del cuerpo y, en tanto, el gustito único saboteado, entiendo, ¡vaya que entiendo! 
Yo misma me recuerdo, hambrienta después de una larga jornada de trabajo y tratando de decidir entre comer algo en ese momento o no comer para poder correr a la guardería a recoger antes a mi niña para lograr estar un ratito más, besarla, jugar con ella antes de que se quedara dormida y recuerdo, también, llorar por la frustración ante el embotellamiento vial saboteándome esa media hora tan preciosa.
Ayer vi en las redes una imagen, parece ser que es viral y que hay a quien le parece graciosa: Es una mujer con ropa que me recuerda a una oficinista y que en el tren se quedó dormida y se le cayó una pizza grande que está arruinada en el piso.
Para mí, la historia alrededor no es difícil de imaginar: El cansancio, la cena que no va a llegar a casa, su desilusión y frustración cuando despierte, la sensación de torpeza, quién sabe si le queda dinero para comprar más comida...
Sólo quiero decir que cuando pienso en el feminismo y en el lesbofeminismo, pienso en esas nosotras, en mi madre, en mi hija, que creció en la guardería mientras yo lograba llegar, en la mujer de la pizza, en la señora que carga pacas enteras de periódicos, en la compañera que trabaja en fábrica de telas y respira tinturas, en mis amigas, en mí. 
Pienso en todas las sobreexplotadas por el sistema patriarcal en su manifestación capitalista; en las que se ocupan de sostener las casas con su trabajo productivo y reproductivo; en las que siembran futuro para otras, por ejemplo, para que sus niñas vayan a la universidad o tengan opciones y puedan soñar con que ningún patán se aproveche de su trabajo y cuidados; en las que antes de salir de trabajar o al volver del trabajo son violentadas por el marido o por el padre o por los familiares celosos o posesivos o envidiosos, o exigentes del trabajo asalariado de ellas; pienso en todas las que nos quedamos dormidas en el transporte público y hemos perdido cosas tan valiosas como el tiempo nuestro, como el tiempo para preguntarnos por el sentido de la vida y darle sentido al estar vivas.
En tanto, se viene el 8 de marzo y tanta gente progre está ocupada en protagonismos, en qué va a decir y quien va a decir sobre las mujeres o cómo dejar de ser mujeres o cómo desaparecer a las mujeres del centro del feminismo; o bien, discuten por el tamaño de su pancarta y el numero de visualizaciones del cartel de su colectiva en las redes; algunas aquí se preparan para el viaje fast track, las que pueden pagar el pasaje a Chiapas, que no serían mi madre ni la señora de la pizzas, eso seguro; hasta discusiones que miro en sitios institucionales sobre el paro que en párrafos enteros no nombran a quienes paran y veo, también,dramas en colectividades por quien va a tomar el micrófono en alguna marcha (hombres propuestos incluso) … 
En fin, que tengo nostalgia y ganas de recordarme y recordarnos que el 8 de marzo es el día de las mujeres trabajadoras, no de las dibujadas y esbeltas siluetas en el cartel/afiche con un casco de obrera en la cabeza y un desarmador en la mano, hablo de todas las que nos hemos quedado dormidas en el transporte o llorando de frustración por las primaveritas rotas, de las que no recibimos salario por nuestro trabajo que genera riqueza al mundo, de las desempleadas por protestar todo el año, de las que están muy cansadas, pero no tienen pensión para el retiro… Que hay otra propuesta que también importa y es encontrarnos entre nosotras y para nosotras, que es necesario rebelarse al despojo de la palabra “mujeres” y de la palabra de las mujeres para proponernos entre nosotras, entre las protagonistas de estas historias, con la que está sentada al lado en la oficina, en el salón de clases, en la fila de la compra del pan, en el bus, planes concretos y exactos para escapar del sistema depredador que nos va masticando en cada cabeceada en el tren, un poco cada vez.

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