© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com


DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA

Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.


viernes, 28 de abril de 2017

LA CARNICERIA

©Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Desde donde yo sé la historia, es desde lo que pasó con la abuela Berta, pero seguro que más antes habían pasado otras cosas, sólo que esos sucesos no me los refirió nadie. Entonces, te cuento desde aquí y rapidito -que se acaba el tiempo-, al menos eso tienes que saberlo, de cómo fue con la abuela Berta y lo que vino después:

Ella había recién parido a mi tía Silvita. Vino el patrón, ella no alcanzó a cubrirse con el rebozo y él vio esas tetas repletas de leche. Se llevó a la abuela Berta para que le amamantara al hijo. Que a la Silvita le dieran atole o cualquier cosa pa´ que comiera, ¿a quién importaba? 

No vayas a creer que el patrón era un salvaje, no. No se la llevó a la fuerza, la abuela Berta cuenta que dijo que sí porque le darían un montón de pesos y porque quién dice que no al patrón.

Cuando el niño Robertito, el hijito del patrón, dejó de necesitar nodriza y quien lo meciera y le limpiara la caca, regresó la abuela Berta a la casa. Traía medio herido el corazón porque dejaba al niño Robertito -que ya lo quería como suyo- y porque la tía Silvita ya no la reconocía y, la verdad, Berta tampoco se hallaba con ella.

Ya nadie se acuerda de qué hizo la abuela con el montón de pesos que dice que le dio el patrón. Ella, a veces, trata de recordar y se imagina que pudo mandar poner el cobertizo de las gallinas que se cayó en el año cuando fue la tormenta grande, esa que dejó tanto destrozo.

Cuando Silvita cumplió los 9 años, vieron los patrones que era buena para el trabajo y se la llevaron para que en la casa de ellos trajera el agua, barriera, trapeara y se acomidiera. La patrona, encantada, siempre exclamaba: ¡Es de piernas fuertes, la muchacha, nunca se cansa! 

No vayas a creer que la obligaron, la tía Silvita se fue porque le ofrecieron sus buenas quincenas, también porque le dijeron que comería de la mesa del patrón y porque la familia necesitaba el dinero y porque quién le dice que no a la patrona.

Cuando Silvita se hizo vieja y se cansaron sus piernas que nunca se cansaban, la mandaron de regreso a casa y no comió más las sobras de la mesa que no le pertenecía.

Con lo que ahorró Silvita, de sus buenas quincenas, compraron una máquina de coser para su hija Florencia que se hizo costurera y ayudaba a los gastos de la casa mediante los vestidos que les cosía a las hijas de las señoras que podían pagarlos. -Vestidos bonitos de verás-, y, vieras, ponían re contentas a las niñas blancas del pueblo.Cuando tenía 17 años, la prima Sol decidió que no se acabaría sus ojos, como se acabaron los de su hermana Florencia, cosiendo para otros, ni serviría en la mesa de la señora, que las maltrataba tanto. Ella había escuchado a alguien en la ciudad que le dijo que sólo tenía que vestirse linda, sonreír y compartir alegres caricias. Con eso, ganaría mucha plata. 

Robertito, que en ese tiempo ya lo conocíamos como Don Roberto, la visitaba muy seguido. 

No vayas, mi niña, a creer que era malo Don Roberto con ella, no. La gente cuenta que a otras en la ciudad les pegaban o les hacían cosas malas, pero de Don Roberto y otros señores, dicen que a Sol le dejaban bien buenas propinas. 

Todo fue hasta que los senos de mi prima dejaron de oler a fruta fresca y sus caricias dejaron de ser bien pagadas por Don Roberto y por sus amigos. Los del negocio encontraron otras favoritas, dicen que bien jovencitas, casi niñas. 

Nadie sabe qué pasó con toda la plata que cuenta Sol que ganó. Ahora trabaja en la maquila y sigue sin poder decir que no, a las órdenes del patrón.

A mi hermanita Frida, le dijo Don Roberto que era bien lista, que la iba a mandar a la escuela, para que aprendiera y para que se superara. Toda la familia estaba tan agradecida. Qué considerado y grande era nuestro amigo Don Roberto que apoyaba a la niña en sus estudios. Ella estudió retemucho, se esforzaba más que ninguna. Sacó buenas calificaciones y mención honorífica cuando acabó la escuela. Ella quería irse a otro país y estudiar otras cosas, pero Don Roberto necesitaba alguien leal en su empresa, ¿cómo decirle que no, si fue siempre tan generoso? Frida lleva las cuentas, les enseña a los hijos de Don Roberto, que son rete flojos, cómo hacer las cosas para que sigan ganando dinero. Frida no viaja, ni ve a su madre, ni sonríe porque de tanto trabajo nunca tiene tiempo de nada. Pero agradecida sí está porque Don Roberto le ha dado tanta oportunidad.

A Lucia, la hija de Florencia, le ofrecieron un dineral por llevar en la panza un hijo para unos señores de otra parte del mundo que podían darse el lujo de un capricho de esos -un niño mandado a nacer, por contrato-. Ella se nos murió con un hijo que no era suyo atorado en su útero en ese mal parto.

Nadie dio ni el dineral prometido ni tantito consuelo a los niños que sí eran de ella.

Tampoco, nadie la obligó a Lucia, tienes que ver eso, había dicho que sí porque era madre soltera con tres chicos y, así, quién dice que no a un cheque bien gordo -ése que supuestamente le darían, pero no llegó- y porque quién dice que no, si, según, esa es una forma de ser libre, dicen las convincentes nietas universitarias del patrón.

¡Ay, hijita mía, mecida en estos abrazos míos!, ¿qué será de ti? 

Todo lo tuyo les apetece: tus senos, tus piernas, tus ojos, tus manos, tu sonrisa, tus caricias, tu vagina, tu mente, tu vientre, ve tú a saber qué más…No tienen llenadero, siempre quieren más. 

Se relamen mirándote desde apenas nacida. Afilan los dientes y los cuchillos como cuando ellos mandan engordar a un pequeño lechón para la fiesta. El día en que te parí alguien puso fecha para el día en que querrán atraparte. 

Nos vienen devorando hace tiempo. No sé para dónde podrías fugarte, no sé en dónde estarías a salvo. Como las vaquitas del abuelo de Don Roberto, nacimos ya en cautiverio y no sabemos para dónde queda la libertad. Si nos abren la puerta nos desorienta el destello del sol. 

Tampoco tengo nada para heredarte, nada que te puedas llevar, ni tengo un mapa ni plan de escape para ti. Sin embargo, así y todo, te lo tengo que pedir: ¡huye, hija, vete, a dónde sea! 

¡Tienes una única oportunidad! ¡Intenta, intenta, busca ponerte a salvo de su mandíbula cruel!… ¡Corre!, ¡corre!, ¡corre! No hay tiempo, que ya vienen a buscarte a ti. Si no escapas ya, te van a atrapar… 

Vete, te lo ruego, vete, ¿qué vamos a hacer?, ¿quién puede detenerles?, ¿quién puede decirles que no?

miércoles, 5 de abril de 2017

¿QUÉ HACE ESE HOMBRE EN EL VAGÓN DE MUJERES EN LA CIUDAD DE MÉXICO?

Patricia Karina Vergara Sánchez

pakave@hotmail.com


Una escena cotidiana: un día laboral cualquiera, en la mañana, cuando tanta gente se desplaza para llevar a cabo sus labores diarias. En la sección de insuficientes tres vagones del metro o del espacio del metrobús destinado exclusivamente a mujeres, niñas, niños y personas con discapacidad, viaja un hombre. Probablemente sea de piel morena, como la mayoría de las usuarias del transporte; puede ir de pie o sentado, poco importa cómo se coló. 


Tampoco importa si viste una playera con estampado infantil o una camisa planchada y corbata. Está ahí mientras otras usuarias, muchas de ellas portando zapatos de tacón o con bebés en brazos no pueden acceder porque no queda espacio para ellas. Está ahí, también, aunque sobre espacio. No hablo del acosador que mira, dice o toca obscenamente, aun cuando también puede serlo, hablo del hombre que insiste en estar en esa zona. No importan las condiciones o interpelaciones, permanece.


¿Qué impide a muchas de las pasajeras confrontarlo? ¿Por qué tantas guardan silencio ante su presencia en un espacio destinado a las mujeres?, ¿por qué casi nadie hace patente que esa es una zona que con tanto trabajo han obtenido quienes trabajan por acciones afirmativas y que no ha sido una amable concesión del Estado, sino una necesidad para miles de trabajadoras, estudiantas, y mujeres de actividades varias que nos trasladamos a diario y que necesitamos paliar, aunque sea un poco, el tener que sobrevivir entre palabras, miradas, tocamientos y otras violencias que ocurren sobre nuestros cuerpos en esta ciudad en donde el acoso y la agresión sexual parecen ser algo “inevitable” porque ocurren constantemente?

Responderé: Ese hombre ocupa un sitio en el vagón de mujeres porque puede. Porque la violencia siempre es un ejercicio de poder[1]. Su presencia en el vagón de mujeres es una forma de violencia que podría parecer pasiva, pero no lo es, se trata de una violencia netamente activa. 

En la cultura en la que habitamos hay múltiples lenguajes no verbales, pero que obedecen a nuestras vivencias cotidianas, por eso, aunque aún es preciso visibilizarlo, sabemos que está ahí como una demostración de poder; porque desea imponer su presencia sobre las otras; porque sabe que casi nadie se atreverá a confrontarlo; porque su presencia ya irruptora, su corporalidad y los significados de la masculinidad sobre ésta, sumados a la historia de violencia permitida y cometida por los hombres en los espacios públicos amedrentan a las mujeres en general, el temor a las respuestas masculinas “si se enoja”.


También, porque sabe que, si alguna se atreve a confrontarlo, la mayoría guardará silencio actuando bajo el temor al conflicto o bajo la apatía contemporánea del no involucramiento, en el mejor de los casos. 


En tanto, él dispone de todo un bagaje de lenguajes; ya sea de chantaje que más o menos querrá significar: “no hago nada malo aquí”, “no te estoy molestando”, “vengo tranquilo”, como hacen los violentadores en los espacios íntimos, negando el peso de su actuar. Se trata de gaslighting[2], una forma de abuso psicológico que consiste en hacer dudar al entorno o a la víctima de su propia percepción. En este caso, el agresor intenta culpabilizar a aquella que lo señala por la irrupción en el espacio que debería ser de seguridad.

La otra posibilidad es que use desde lenguajes no verbales hasta explícitos o físicos en donde agreda a quien se atreva a señalarlo.


En cualquiera de los dos casos el mensaje es concreto: “Estoy demostrando que puedo quedarme, aunque a las mujeres les incomode” -más probablemente, porque nos incomode-.

Incluso, hay argumentos en donde enuncian estar cometiendo algún tipo de acto heroico por negarse a ser “exiliados” o “discriminados”, según la egoísta lectura que hacen de una acción afirmativa. En donde lo que les preocupa es que no se les niegue ningún espacio -todo el mundo para ellos-, en donde no importa el acoso que otras sufren, lo primordial es que ellos se ofenden de que le pudieran considerar entre los acosadores -imposible, ¿no?-. No importa que las mujeres nos sintamos o no a salvo, cómo nos atrevemos a querer estar cómodas sin ellos. Nada nuevo, los gestos de egoísmo de cualquier narcisista que sólo mira para sí.


Un instrumento más de violencia con el que cuenta el agresor, es con la certeza de que alguna o algunas mujeres habrán de defenderlo. Algunas dirán que no estaba haciendo nada, porque el gaslighting funciona y es difícil demostrarlo. Otras, enseñadas en la necesidad de aprobación masculina, querrán congraciarse con él.

Cualquiera de esas defensoras narrará que hay otras mujeres que empujan y son agresivas en el transporte público, que son iguales o peores que los hombres. Sin embargo, una siempre puede sospechar de que, a pesar de sus quejas, ellas eligen, de todos modos y a todo costo, viajar entre mujeres y no en el espacio mixto, ¿por qué será?

Aquí, es posible identificar otra técnica de violentador: el que violenta en privado busca la manera de aislar a la víctima, hacerla ver como mala, tonta o agresiva para que no tenga aliadas alrededor. Así es como en la violencia del ámbito de lo “privado”, la agredida se encontrará juzgada por la vecina, por la colega, por aquella a la que enseñaron a ser la rival. De igual manera, el violentador del transporte público cuenta con la enseñanza cultural que atomiza, enemista a las mujeres y hace ver a la que reclama como la loca, la histérica, la exagerada. Como nadie quiere ser esa, otras mujeres se apresuran a señalarla -no sea que se piense que es del mismo tipo de mujer- o, a corregirla para que sepa que no puede-debe ser tan agresiva, ¿Cómo se le ocurre querer un espacio propio? Lo logra, así nos deja aisladas.

Más aún, cuando son las novias, las esposas, las amigas con las que ese hombre llega a ingresar al transporte público, no tiene más que hacer un gesto de incomodidad, no tiene más que mirarla dulcemente o abrazarla con intensidad. Automáticamente, tendrá la palabra, la furia y el cuerpo de esa mujer para protegerlo, para convertir en antagonistas a unas y a otras, y, para enseñarle a ella, a su defensora, que no cuenta con nadie más en el mundo porque las otras mujeres son malas -con él-. Eficaz pedagogía para dejarlas y dejarnos solas.

Entonces, un hombre en las zonas de mujeres del transporte público, lo que está haciendo es violentar, incluso “castigar” a las mujeres que salimos a la calle. Su presencia puede equipararse desde la violencia que ejercen en “lo privado” trasladada al espacio que nosotras consideramos público. Así, como todo acto de transgresión del espacio personal, el acto de transgresión del espacio colectivo de las mujeres, no es un acto incidental, es el lenguaje intencional de un agresor de mujeres y que el fenómeno ocurra cotidianamente con impunidad, vuelve esa acción más ofensiva. 

Ese hombre, el narcisista público, lo que hace, es encarnar la cultura de misógina, transgresión e imposición hacia los cuerpos y las vidas de las mujeres que impera en esta ciudad.


[1] Universidad Veracruzana. VIOLENCIA Y AGRESIVIDAD https://www.uv.mx/cendhiu/general/violencia-y-agresividad/


[2] Pozueco y Moreno (2013). LA TRÍADA OSCURA DE LA PERSONALIDAD EN LAS RELACIONES ÍNTIMAS en Boletín de Psicología, No. 107. España, pp 21-91

martes, 4 de abril de 2017

SOMOS LAS NIETAS...

Es cierto, somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar, de las campesinas que escaparon a la esterilización y de las presas politicas que pudieron sobrevivir. Sin embargo, compartimos mundo con las nietas del inquisidor, del soldado y del patrón. Ellas también hablan de feminismo y tienen ongs y diplomas de universidad. No podemos cerrar lo ojos con vendas de "sororidad", si queremos sobrevivir. Eso también lo enseñaron nuestras abuelas.