© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com


DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA

Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.


miércoles, 2 de mayo de 2018

LAS JAURIAS DEL PATRIARCADO

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Los porkys en México, la manada en España, los aficionados al futbol en Chile… todos violadores en grupo. Aún con su reciente exposición mediática, no son, en forma alguna, fenómenos extraordinarios. Son la encarnación de la homofilia, el amor y lealtad entre hombres que permite y exige el patriarcado para seguirse renovando y existiendo cada día. 

Nuestros cuerpos, los cuerpos de las mujeres, humillados, violados, torturados y/o asesinados son un mero objeto/vehículo, excusa para sus rituales homoeróticos en donde se aman y erotizan penetrando, hiriendo, tocando a otra, con toda su frustración acumulada porque las prohibiciones del régimen heterosexual no les permiten tocarse o penetrarse entre sí.
Así, apropiarse real o simbólicamente de nosotras, es un ritual de erotismo, afecto y alianza entre ellos. Por eso, no ha de sorprendernos cuando -entre hombres- ven sólo a unos “muchachos divirtiéndose” mientras le destrozan la vida a otra persona. Es que, en el fondo, aun cuando algunos elaboren un discurso progre, ante toda razón y por sobre toda empatía no ven en una mujer a otra persona, no tan persona como es otro hombre, como uno de su manada/jauría de hombres.
El centro del poder de los hombres es el amor entre ellos y los distintos actos amatorios entre ellos. Si reconocemos que el amor entre hombres es el que sostiene la vida en el patriarcado tal como la conocemos, entonces, nos es posible mirar como las “jaurías” se replican una y otra vez, en todos lados, a nuestro alrededor.
Están donde los machitos del barrio se dan palmadas en la espalda, acosando a las mujeres que pasan por la esquina de la calle; en los “compañeros” del sindicato o de la organización que insisten en negarse a dejar que sea la compañera la que tome el micrófono y hable desde qué significa el ser trabajadora y no trabajador; en los docentes de la universidad que acosan a la maestra “feminazi” por atreverse a llamarles misóginos, sobre todo, porque es cierto; en el grupo de abusones en la escuela primaria, en el de la secundaria y en el de estudiantes de media y de superior que se ponen de acuerdo para emborrachar a las alumnas y así poder tocarlas y violarlas cuando están en estado etílico; en los abogados y jueces tan comprensivos con los motivos de otros hombres abusadores y violentadores; en la forma en que los periodistas culpabilizan a las víctimas y son empáticos con los asesinos; en el tío que enseña sólo a los chicos a jugar fut y deja a las niñas mirando; en los trolls que atacan estos posts en grupo; en los protectores de agresores denunciados; en los compañeros de oficina que sabotean a las mujeres jefas, compañeras y subordinadas; en todos los que nos llaman locas, histéricas, malcogidas como intento por callarnos. No necesitan, ni siquiera hablarlo entre ellos, ya se reconocen, se huelen, se saben las tácticas. Las jaurías están en todas partes. Es preciso comenzar a reconocerlas, nos va la vida, la libertad y el futuro en ello.

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