© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com


DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA

Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.


jueves, 5 de julio de 2018

LA NUEVA ERA

(Cuento breve)

Por Patricia Karina Vergara Sánchez 
pakave@gmail.com 

Pues, mire joven. Me da gusto que me pregunte porque, a mi edad, he visto de todo y sí, sí le contesto sus dos preguntas. 

Los reyes, reyes, siempre hemos sido, no lo dude. 

En esa época, también éramos unos chingones. Teníamos todo tipo de servidoras. Las del trabajo “pesado”, esas limpiaban todo, cuidaban a los hijos, les enseñaban lo que había que hacer a diario, entrenaban a las servidoras más chicas. Nos atendían muy bien. Siempre: “Papito, mi rey, qué se te ofrece, te amo”. Cuidaban nuestras propiedades, algunas hasta las administraban. Claro, pero las ganancias, siempre iban para nuestros bolsillos, atienda eso, joven. A algunas les pagábamos un salario, otras nada más conque les diéramos techo y les dijéramos que también las queríamos, con eso hacían de todo, mi buen amigo, de todo. 

Las más ambiciosillas, se les notaba, querían ser como uno. A esas las dejábamos estudiar y les permitíamos trabajar a nuestro lado. Obviamente no les pagábamos lo mismo que a uno de nosotros, pero bien que rendían, eran leales, eficientes, comprometidas, hacían un montón de trabajo para demostrar que eran como uno. Las dejábamos perseguir el señuelo, sonreíamos por detrás: nunca tendrían el lugar de uno. 

También había las servidoras de lujo. Esas eran para mostrar, para competir entre nosotros quién traía las más vistosas, las más chulas, las adornábamos con joyas, las presumíamos con ropas finas, las paseábamos y las intercambiábamos entre nosotros. Era más alegre que comerciar automóviles o casas, ellas se reían y nos atendían. Lo que duraban esas jovencitas, se disfrutaban bonito, de veras. 

Lo chingón, chingón, es que a todas las servidoras nos las podíamos coger. Estaban a nuestro servicio sexual, con uno o dos discursos de que nos parecían lindas, que eran especiales, mejores que las otras; con una florecita y un regalito… Todas eran para uso personal, a casi todas las con-vencíamos. 

Luego sí les poníamos sus “estate quieta”, unos cuantos golpes, castigos merecidos cuando se rebelaban, cuando no hacían las cosas bien o sólo por el gusto de recordarles quien mandaba. Había veces en que a uno se le pasaba la mano y las servidoras nos quedaban atrofiadas o se morían –a mí, sólo una o dos veces me pasó-, pero había muchas más para sustituirlas, así que no pasaba nada grave. 

Sí, sí había leyes para que no fuéramos tan desperdiciados de nuestra mano de obra gratuita, pero como nosotros, o las que querían ser iguales a nosotros, éramos los policías, los gobernantes, los jueces, los sacerdotes, los médicos; teníamos el saber y las decisiones y, entonces, estábamos protegidos de ser sancionados. Era nuestro reino. 

Lo que no sabe ahora casi ninguno de los que nació en esta época, es que, en ese entonces, había un lujo del que nadie hablaba porque las servidoras se escandalizaban y no queríamos que se rebelaran en masa. Luego andaban reclamando, hacían manifestaciones y esas cosas. Bueno, ahora tú lo ves como algo del diario, pero en esa época, cogerse a las siervas menores, a las niñas de tres, cuatro años, estaba prohibido. Bueno, según prohibido, porque en la realidad, las agarrábamos a diario. Eran tan tiernitas, con sus ojitos brillosos, sus manitas regordetas, sus vocecitas que apenas comenzaban a articular palabras. Sus madres les ponían vestiditos y las peinaban para que estuvieran limpias o que se vieran lindas, como una forma de cariño, y nosotros lo aprobábamos, lo aplaudíamos; las muy ilusas servidoras creían que era por la misma ternura que ellas sentían. Nosotros veíamos a las chiquillas por ahí, aprendiendo a caminar, jugando o, luego, corriendo como conejos listos para ser cazados. Eso sí, el inconveniente era que había que engañar a las madres, dormirlas con cuentos de que las amábamos, o mandarlas a trabajar por sustento para que nos dejaran las niñas a la mano. Ahí luego se daba uno el gusto, las siervas menores eran un lujo bien sabroso. Si era uno listo, hasta los 10-13 años podías seguirlas disfrutando. Cuando nos aburrían, buscábamos a otra. 

Algunos perdían el control y las herían severamente o se les morían y se armaba una bulla. Las servidoras ahí sí eran un problema grande, se ponían como fieras, gritaban, lloraban, exigían castigos contra uno. Algunas con unos gritos o dos, tres cachetadas se estaban en paz; otras daban mayores dolores de cabeza, ponían demandas legales o querían vengarse. Luego andaban ahí, como águilas, sin despegar la vista de sus niñas. Un estorbo, estorbo total, de veras. 

Entonces, vino una idea genial, “la servidora-incubadora”. A esas les alquilábamos el vientre, las convencimos, con hambre, con discursos, con secuestros, con miseria, de que los hijos e hijas que parían no tenían vínculo alguno con ellas, que eran de uno. Ni siquiera les dejábamos el trabajo de criarlos para que no aprendieran a quererlos. Sólo las usábamos para que gestaran y, tan pronto nacía el hijo o la hija por el que le pagábamos unas monedas, nos pertenecían los bebés, ni dejábamos que los vieran. 

Ese fue el comienzo de esta nueva era, pasamos de ser los reyes a ser los dioses con estas siervas menores nuevas, y algún siervo menor, en nuestras manos. Míralas cómo nos atienden, cómo están entrenadas, apenas nacen, a que podemos disponer de ellas y si se nos pasa la mano o si acabamos con ellas por placer, sólo compramos otra en el mismo mercado. Ya sin escándalos, sin gritos, sin quien reclame por ellas. La nueva era, le digo. 

¿Cuál era su otra pregunta? ¿Algo que yo extrañe de los tiempos de antes? 

Nada, somos dioses ahora. 

Espere, sí. Es un detalle nada más, pero hay algo que se ha perdido, viejo nostálgico que es uno, puro refinamiento. En esa época, las nenas, cuatro-seis años, cuando las estábamos lastimando, cuando sufrían, cuando nos veían acercarnos y se orinaban de miedo, llamaban con sus voces infantiles a su madre: -mamá, mamita; ayúdame, mami-. 

¡Qué placer sentía uno con esa súplica y saber que teníamos el poder, que nadie vendría a salvarlas! 

Ahora, igual les duele, igual gritan, pero ya no tienen a quien llamar cuando lloran.

jueves, 17 de mayo de 2018

LESBOFOBIA

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

El acto de lesbofobia más reciente que recibí fue en una discusión hace unos días. Otra compañera y yo apenas comenzábamos a argumentar por qué era necesario que un espacio tal se mantuviera sólo para mujeres como espacio de seguridad. En tanto, la mujer que desea imponer a un hombre en ese espacio, pasó por todos los argumentos conocidos:
"No todos los hombres…", "también hay mujeres violentas…",
"éste sí es muy buenito, buen padre y amigo y ciudadano…", "yo respondo por él…"

En fin, nada nuevo cuando hablamos de un mundo en donde a las mujeres se nos enseña a poner nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra propia seguridad y bienestar y, por supuesto, la relación con otras mujeres, por debajo de la lealtad a ellos.

Cuando fue evidente por nuestros rostros que esos argumentos no nos hacían ningún sentido, lanzó la pieza maestra: “Es que yo no soy como ustedes (la compañera y yo somos lesbianas), a mí sí me gustan los hombres”.

Cubetada de lesbofobia en pleno rostro. Ese gesto de: ¡Tengo el argumento definitivo!, como si el que no nos “gustaran” los hombres nos hiciera de inferior valor o inferiorizara nuestros argumentos, como si eso nos silenciara.

Como si el pensar la construcción de espacios de autocuidado en un país de tal magnitud de violencia contra las mujeres fuera una idea descabellada, tanto que sólo a unas odiahombres, sólo a estas lesbianas, se les podría ocurrir.

“A mí sí me gustan los hombres” como gesto-enunciado deslegitimador de las otras, es un acto lesbofóbico porque establece jerarquía entre el argumento de la hegemonía heterosexual y las reflexiones, deseos, propuestas de quien no pertenece esa hegemonía y se aprovecha de esa jerarquía para negar o tratar de silenciar a la otra.

Al final, es cierto, de su lado tiene el poder de la heterosexualidad que sostiene al sistema y ella misma actúa como agente del sistema perpetuando la adoración al falo (al poder de la masculinidad).

Sin embargo, cuánto pierde esa mujer al negar la posibilidad de un espacio no mixto, cuánto pierde al desechar la complicidad con mujeres que podrían ser sus aliadas en la cotidianidad, cuánto pierde como mujer que perpetúa la mirada despectiva sobre las desobedientes.

Tras esta historia, y en el marco del 17 de mayo, y la importancia de nombrar, visibilizar y denunciar la lesbofobia, he venido reflexionando sobre que los actos lesbofóbicos cometidos por mujeres leales al status quo, no sólo lo perpetúan, no sólo es que violenten a las lesbianas; son atentados de las mujeres contra sí mismas, contra las alianzas posibles; autovigilancia que les impide cuestionar los mandatos impuestos para sí; impedimento para cuestionar el modo de vida en servidumbre, concreta o simbólica, al otro, a los otros e, incluso, para preguntarse sobre la propia heterosexualidad. La lesbofobia no es otra cosa que pedagogía de la docilidad.

Así, es necesario recordarnos constantemente que la lesbofobia:

1.- Es una represión política del régimen político heterosexual que nos hiere, discrimina y atenta contra el bienestar y la vida de quienes nos rebelamos, de quienes lo desafiamos.
2.- También, condena a las mujeres mismas que la ejercen, es veneno contra sí mismas, es el régimen introyectado en sus cuerpos y vidas.

Por ello, quiero aprovechar esta fecha para señalar que decir lesbofobia es, entonces, referirse a la opresión hecha palabra, acto y carne sobre sobre las mujeres todas.

jueves, 10 de mayo de 2018

HETERONORMA, RÉGIMEN HETEROSEXUAL Y HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA



Una norma es una regla u ordenación que varía de acuerdo al tiempo y al lugar en que se aplica, puede ser negociada o modificada de acuerdo a las necesidades de quienes la aplican o la siguen y se refiere a acuerdos en determinadas sociedades y contextos, como las normas jurídicas, las normas viales, las normas laborales, etc. 
Así, cuando para analizar la heterosexualidad y sus implicaciones en la vida de los individuos, usamos el concepto “heteronorma” acuñado por Michael Warner en 1991, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es una norma/regla/pauta, justamente, y cuando pensamos en la heterosexualidad como una norma, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es un arreglo o pacto de convivencia social. 
Sin embargo, no es justamente que la heterosexualidad pueda ser negociada, discutida o transgredida de la misma forma que los reglamentos urbanos, los reglamentos escolares o las normas del buen vestir en un evento social. Ver o enunciar como "norma" la vida en la heterosexualidad significa invisibilizar su dimensión política, de construcción y constitución de estructuras del mundo contemporáneo. Así mismo, significa que los cuestionamientos que se hagan a la norma no serán radicales, serán apenas reformas y posibilidades de convivencia desde “modificaciones a la norma”. Cuestionamientos que no irán a la raíz, porque no discuten la intencionalidad política de la sujeción. 
De ahí se desprenden discursos tan errabundos como el que se puede tener una práctica “heterosexual” pero “no estar heteronormada”, que toda práctica homosexual contraviene la heteronorma o que un sujeto sexuado masculino y una sexuada femenina pueden tienen una sexualidad no heternormada porque ella lo penetra a él y otros enunciados por el estilo que tienen las discusiones girando en torno a los sentires socialmente construidos más inmediatos y sus lugares comunes.
Ante ello, es preciso pasar a comprender la heterosexualidad en su dimensión estructural, como se podrían comprender la clase, la raza o el género. Al respecto, ya a fines de los setentas y principios de los ochentas, Monique Wittig acuñó previamente la concepción del “régimen heterosexual” y Adriane Rich mostró la “heterosexualidad como obligatoria”.
Dimensionar el “régimen heterosexual”, nos permite mostrar que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad que controla a las sociedades contemporáneas, asignándolas a existir en dependencia y a agruparse por parejas en donde se asignan distintas tareas de la producción y reproducción según el sexo/la presunta capacidad paridora de cada individue. Así, el lugar estructural de la heterosexualidad le confiere un poder organizativo de la vida en sociedad, por lo tanto, ese poder es político.
Me interesa señalar el régimen heterosexual actúa sobre todes les individues sosteniendo hoy el modo de vida capitalista, pero que sobre la vida de las mujeres se inscribe además en forma obligatoria. Sería pues, la “heterosexualidad obligatoria”, la Institución patriarcal que por medio de mecanismos de disciplinamiento y control naturaliza la heterosexualidad como “deseo” para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones (Rich, 1985: 11) y yo agrego: con el fin de mantener- por medio del trabajo de los cuerpos de las mujeres, su presunta capacidad paridora y sus cuidados y afectos- los sistemas económicos y políticos que en esta lealtad y servicio se sostienen.
Sin estos elementos mínimos de comprensión política, no estamos hablando de discusiones radicales porque no se va a la raíz, mucho menos de discusiones lesbofeministas.
Buen día.

LAS COMADRES

Tengo una hija que aun cuando es mayor de edad, aun depende económicamente de mí, porque es estudiante. En fin, que ella llevaba un tiempo con la cabeza color amarillo paja, parecía personaje del Mago de Oz, porque se decoloró el cabello para pintárselo de morado y cuando se acabó el tinte no le alcanzaba para comprar más y yo no le daba dinero fuera del presupuesto porque mi estrategia "pedagógica disciplinaria" es que "si tu cuerpo es tuyo te toca resolver lo que haces con él". 

Entonces, vinieron mis compañeras lunas y le dieron dinero para que se comprara el dichoso tinte y le alcanzó como para cinco tintes y ahora su cabeza es azul. 

Fue cuando me puse a pensar en cuántas veces mis estrategias pedagógicas han quedado arruinadas por mis amigas y aliadas políticas y debo reconocer que eso ha sido siempre, siempre,pero siempre. Y, quiero agradecerles a todas por ese arruinamiento, a todas mis comadres. A las de ahora y a las de toda la historia de crianza. 

La comadre, las comadres, son esa que co-materna con una. Aquella aliada indispensable que da consejos, ayuda a bajar la fiebre o a coser un disfraz de abejita cuando la otra, como yo, es bastante torpe en manualidades. 

Mis comadres han sido del mundito feminista y lesbofeminista porque es donde yo me muevo, así que sus habilidades comadriles han sido no siempre tradicionales, pero siempre útiles, generosas y bienvenidas. Así, alguna le enseñó a leer, otra a pintar las paredes - a intervenirlas, según ellas- con acuarela y otras pinturas varias. La sexologa le habló de sexo y el día que salió de "Adelita" en el festival escolar, hubo una asamblea para decidir si llevaba un arma o no, pues había unas que decían que sí, que a las mujeres se nos han negado históricamente las armas y otras que decían que la revolución no requería armas. (Al final, usó un rifle de palo, como los zapatistas que era lo que ella quería desde el principio). Igualmente, tengo fotos de la feminista más radical de la ciudad, con flores en el cabello y cargando una piñata de Fiona para un cumpleaños. 

Todas estas historias las cuento para recordar y recordarme que he tenido una maternidad muy placentera y privilegiada, pero que esta maternidad gozosa no habría sido posible sin todo el ejercito de comadres que han acompañado esta crianza, incluida mi tía y mi hermanita. Como dice mi hija, le ha tocado una maternidad colectiva. Por ello quiero aprovechar la fecha-excusa y decirles: infinitamente, gracias.

Gracias por arruinar mis intentos de disciplina y convertir el proceso en un ejercicio libertario y gracias por los ratitos o por los años que han estado. Nos hemos equivocado a veces y se ha inmiscuido gente malvada, es cierto, también, que ha habido tiempos de dificultades económicas y desacuerdos, pero, salvo lo que dirá ella al paso de los tiempos, la balanza parece ser favorable. Gracias por los cuentos, por los carritos de control remoto y por las criticas de frente cuando les parecía que yo metía la pata y por la ayuda toda. Gracias por el co-maternaje, las madres necesitamos manada para la crianza.

Finalmente quiero decir, desde mi privilegio, que ojalá todas las mujeres puedan elegir si desean la maternidad y que si la eligen, se acerquen mil comadres amorosas y que deseo sinceramente que acabe pronto esa campaña pseudoprogre de niñafobia donde parece que una niña por portarse como niña es insoportable, pero si lo hace un adulto es transgresor o donde les parecen que les pequeñes estorban por hablar o existir en el mismo espacio o donde se argumenta que les niñes son ladrones de vida de las madres y se rechaza a les pequeñes castigando y alejando así a las mujeres por su maternidad. Yo quiero afirmar que quien roba la vida y la alegría de las madres es la heterosexualidad obligatoria y el capitalismo que condenan a las madres a atender a los hijos y al marido aisladas de otras y en servidumbre. 

Hoy brindo por maternidades elegidas, colectivas y gozosas para todas las que quieran. Ojalá.

lunes, 7 de mayo de 2018

MADRE

Mi madre fue una mujer que trabajó para construir una casa, para criar a su hija e hijo y para sostener de muchas maneras a su marido en sus aventuras de “revolucionario, rebelde”, “libre”, decía él. Era sólo un macho progre. Yo me tragué el cuento muchos años. En el discurso, él era el héroe, ella la de gustos pequeñoburgueses (tan pequeñoburgueses como comprar comida para toda la semana y jabón limpiador).
En fin, lo que quería contar es que ella casi no disfrutó de sus crías porque la pasó trabajando todo el tiempo, hasta que su cuerpo y la esperanza se le agotaron tanto que murió. Salía a las siete de la mañana, volvía a las nueve de la noche, volvía a una casa fuera del área metropolitana, porque fue la que pudo pagar. Trabajaba mucho y en zapatos de tacón alto y con ropa incómoda, la “buena presentación” que le exigía su labor, todo el día. Aún con todo ese trabajar, nunca ganaba demasiado, había muchos lujos que no se podía dar, que no nos podía dar. Por ello, cuando una compañera de trabajo le ofreció juguetes de marca comercial en pagos, quiso aprovechar la oportunidad y pidió un conjunto de muebles para muñeca, que a ella le pareció “elegante”. Se trataba de una salita de estar armable con platos y tazas de plástico y otros accesorios. 
Cuando terminó de pagar el juguete, se lo entregaron en su trabajo. Parece ser que, en algún momento del trayecto de vuelta a casa, ella se quedó dormida en el transporte público y se abrió la caja desparramándose el contenido. Cuando despertó, ella creyó recoger todas las piezas y se fue a casa.
Al abrir la caja y armar el juguete, faltaba una pieza, el respaldo del sillón. A mí, que tendría unos diez años, me gustó mucho y no me importaba la pieza faltante, la cubrí después con un pedacito de tela. Sin embargo, recuerdo su rostro de desilusión, de frustración, tengo la imagen grabada. Habría querido ser yo la madre y acunarla y decirle que todo estaba bien, que ese trocito de fiesta roto no acababa con la fiesta. 
Ahora entiendo lo que implicaba, las horas de explotación laboral, la doble jornada, la angustia por los niños solos en casa, las horas de ida y vueta en el periférico hacia el trabajo, los años pasando, el agotamiento del cuerpo y, en tanto, el gustito único saboteado, entiendo, ¡vaya que entiendo! 
Yo misma me recuerdo, hambrienta después de una larga jornada de trabajo y tratando de decidir entre comer algo en ese momento o no comer para poder correr a la guardería a recoger antes a mi niña para lograr estar un ratito más, besarla, jugar con ella antes de que se quedara dormida y recuerdo, también, llorar por la frustración ante el embotellamiento vial saboteándome esa media hora tan preciosa.
Ayer vi en las redes una imagen, parece ser que es viral y que hay a quien le parece graciosa: Es una mujer con ropa que me recuerda a una oficinista y que en el tren se quedó dormida y se le cayó una pizza grande que está arruinada en el piso.
Para mí, la historia alrededor no es difícil de imaginar: El cansancio, la cena que no va a llegar a casa, su desilusión y frustración cuando despierte, la sensación de torpeza, quién sabe si le queda dinero para comprar más comida...
Sólo quiero decir que cuando pienso en el feminismo y en el lesbofeminismo, pienso en esas nosotras, en mi madre, en mi hija, que creció en la guardería mientras yo lograba llegar, en la mujer de la pizza, en la señora que carga pacas enteras de periódicos, en la compañera que trabaja en fábrica de telas y respira tinturas, en mis amigas, en mí. 
Pienso en todas las sobreexplotadas por el sistema patriarcal en su manifestación capitalista; en las que se ocupan de sostener las casas con su trabajo productivo y reproductivo; en las que siembran futuro para otras, por ejemplo, para que sus niñas vayan a la universidad o tengan opciones y puedan soñar con que ningún patán se aproveche de su trabajo y cuidados; en las que antes de salir de trabajar o al volver del trabajo son violentadas por el marido o por el padre o por los familiares celosos o posesivos o envidiosos, o exigentes del trabajo asalariado de ellas; pienso en todas las que nos quedamos dormidas en el transporte público y hemos perdido cosas tan valiosas como el tiempo nuestro, como el tiempo para preguntarnos por el sentido de la vida y darle sentido al estar vivas.
En tanto, se viene el 8 de marzo y tanta gente progre está ocupada en protagonismos, en qué va a decir y quien va a decir sobre las mujeres o cómo dejar de ser mujeres o cómo desaparecer a las mujeres del centro del feminismo; o bien, discuten por el tamaño de su pancarta y el numero de visualizaciones del cartel de su colectiva en las redes; algunas aquí se preparan para el viaje fast track, las que pueden pagar el pasaje a Chiapas, que no serían mi madre ni la señora de la pizzas, eso seguro; hasta discusiones que miro en sitios institucionales sobre el paro que en párrafos enteros no nombran a quienes paran y veo, también,dramas en colectividades por quien va a tomar el micrófono en alguna marcha (hombres propuestos incluso) … 
En fin, que tengo nostalgia y ganas de recordarme y recordarnos que el 8 de marzo es el día de las mujeres trabajadoras, no de las dibujadas y esbeltas siluetas en el cartel/afiche con un casco de obrera en la cabeza y un desarmador en la mano, hablo de todas las que nos hemos quedado dormidas en el transporte o llorando de frustración por las primaveritas rotas, de las que no recibimos salario por nuestro trabajo que genera riqueza al mundo, de las desempleadas por protestar todo el año, de las que están muy cansadas, pero no tienen pensión para el retiro… Que hay otra propuesta que también importa y es encontrarnos entre nosotras y para nosotras, que es necesario rebelarse al despojo de la palabra “mujeres” y de la palabra de las mujeres para proponernos entre nosotras, entre las protagonistas de estas historias, con la que está sentada al lado en la oficina, en el salón de clases, en la fila de la compra del pan, en el bus, planes concretos y exactos para escapar del sistema depredador que nos va masticando en cada cabeceada en el tren, un poco cada vez.

CÓMPLICES

El asesino de Dulce Cecilia en Querétaro tenía 14 años, era "un niño" pero después de violarla y ahorcarla, enredó un alambre en su cuello para asegurarse de que estuviera bien muerta. ¡Qué cándido niño! 
El feminicida de ayer en Reforma 222, tenía 35 años, "estaba dolido", "No soportó el que le quisieran pelear la custodia del hijo", "trató de suicidarse", ya apuntan algunos medios para justificarlo. Sin embargo, el tipo se aseguró de herirla a ella tres veces en el tronco y de herirse a sí mismo una vez en una zona no vital. ¡Manipulador asqueroso!
No son casos extremos, todos los días pasan múltiples situaciones similares, algunas son convertidas en fenómenos mediáticos y otras no, depende del morbo de los periodistas ese día. 
Por ello, cuando nosotras decimos: hay una cultura feminicida, y nos responden que estamos exagerando o que "no todos los hombres" o que la culpa es de las mujeres por no saber educar-controlar o dejar de provocar a los hombres; lo que están haciendo es invisibilizar el genocidio actual en contra de las mujeres.
Aquí, lo que me interesa apuntar es que quien permanece impasible, quien oculta, quien guarda el secreto, quien minimiza, quien justifica, quien elige la comodona neutralidad, quien espera a ver de qué lado pesa más la balanza, quienes hacen mofa del dolor y de la muerte, son cómplices. Cómplices activos del que se da el lujo de violar y estrangular a una niña y que en tres años estará libre porque es menor de edad, cómplices activos del que dispara a plena luz del día a una mujer que decide dejarlo, porque ahora mismo está ya siendo disculpado por el entorno que habla de crímenes de pasión.
Nos matan porque pueden, por eso nos matan.
Si no dejamos de inventar atenuantes a cada violador, agresor, asesino, somos parte activa de la impunidad, somos pilares de la cultura feminicida y no hay excusa

NO DEBERÍA SER

Por Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Estamos comiendo felices en la mesa de mi casa. Mi hija de 19 años tiene un pie descalzo en el borde de mi silla, tocando mi pierna. Miro ese pie cubierto de tela que parece una especie de animalito extraño y tierno moviéndose alegre a mi lado. Le pregunto de dónde salieron esos calcetines tan bonitos -color mamey con puntitos café- y me cuenta que se los regaló una de sus tías.

Yo no se los había visto. Luego, le pregunto de dónde salió esa blusa tan colorida. Esa sí la había visto, pero quería saber quién se la dio o en dónde la compró.

Ella se pone seria y me responde con preocupación: 

- Mamá, no te distraigas. Tienes que fijarte bien, saber cómo es mi ropa. Qué tal que un día soy de las que no regresan. Necesitas saberlo. Acuérdate también de que tengo tres perforaciones -señala sus labios y oreja- y la cicatriz en la barbilla y… 
Le digo que se calle, que no me diga eso horrible, que se coma el arroz.. 

- Mamá…tú sabes. 


Me quedo toda dolida. Las chicas no tendrían que vivir un México -ni un mundo- así, recordando a su gente sus señas particulares ni preocupadas de que sepan qué ropa llevaban puesta, ni vivir bajo la sombra del “si no regreso”. 

Lo que mi hija no sabe, es que, desde hace años, cada vez que la acompaño al metro, cuando se marcha a hacer sus actividades y la despido con un beso,me fijo bien en su ropa, en la mochila que utiliza y en cómo lleva el cabello. 

Las madres no tendríamos por qué vivir memorizando el vestuario de las hijas. No tendríamos que vivir ese terror que se siente cuando es una chica cercana la que "no aparece"; no deberíamos temblar si las hijas tardan un poco más; no merecemos sentir nudos en el estómago si no responden el celular; no es justo pelear con ellas si llegan más tarde sin avisar; no es digno ese respirar con alivio cuando aparecen, por fin, en la puerta ni ese alivio tiene que dejar de ser alivio y doler tanto pensando en las que no alcanzaron a volver hoy. 

No, no podemos vivir así, enumerando a nuestras caídas.
No podemos vivir como ciervas en este territorio de caza.
No quiero esto para mí, no lo quiero para ella, no para las que vienen ni para ninguna.

DESDE DÓNDE

Es muy triste cuando algunas mujeres, feministas y no, creen que las separatistas actuamos desde el odio o rencor a los hombres y no alcanzan a ver que no tenemos tiempo ni espacio ni vida para el odio o el rencor; que si eso nos moviera no estaríamos resistiendo desde la alegría. Privilegiamos a las mujeres, al encuentro, cuidado, acompañamiento y pensamiento entre mujeres, no por odio a otro (sólo para quienes están fuera del separatismo el otro es el eterno referente); es por amor, amor, cuidado y reconocimiento a nostras y entre nosotras. Esa diferencia es toda una munda de distancia.

miércoles, 2 de mayo de 2018

LAS JAURIAS DEL PATRIARCADO

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Los porkys en México, la manada en España, los aficionados al futbol en Chile… todos violadores en grupo. Aún con su reciente exposición mediática, no son, en forma alguna, fenómenos extraordinarios. Son la encarnación de la homofilia, el amor y lealtad entre hombres que permite y exige el patriarcado para seguirse renovando y existiendo cada día. 

Nuestros cuerpos, los cuerpos de las mujeres, humillados, violados, torturados y/o asesinados son un mero objeto/vehículo, excusa para sus rituales homoeróticos en donde se aman y erotizan penetrando, hiriendo, tocando a otra, con toda su frustración acumulada porque las prohibiciones del régimen heterosexual no les permiten tocarse o penetrarse entre sí.
Así, apropiarse real o simbólicamente de nosotras, es un ritual de erotismo, afecto y alianza entre ellos. Por eso, no ha de sorprendernos cuando -entre hombres- ven sólo a unos “muchachos divirtiéndose” mientras le destrozan la vida a otra persona. Es que, en el fondo, aun cuando algunos elaboren un discurso progre, ante toda razón y por sobre toda empatía no ven en una mujer a otra persona, no tan persona como es otro hombre, como uno de su manada/jauría de hombres.
El centro del poder de los hombres es el amor entre ellos y los distintos actos amatorios entre ellos. Si reconocemos que el amor entre hombres es el que sostiene la vida en el patriarcado tal como la conocemos, entonces, nos es posible mirar como las “jaurías” se replican una y otra vez, en todos lados, a nuestro alrededor.
Están donde los machitos del barrio se dan palmadas en la espalda, acosando a las mujeres que pasan por la esquina de la calle; en los “compañeros” del sindicato o de la organización que insisten en negarse a dejar que sea la compañera la que tome el micrófono y hable desde qué significa el ser trabajadora y no trabajador; en los docentes de la universidad que acosan a la maestra “feminazi” por atreverse a llamarles misóginos, sobre todo, porque es cierto; en el grupo de abusones en la escuela primaria, en el de la secundaria y en el de estudiantes de media y de superior que se ponen de acuerdo para emborrachar a las alumnas y así poder tocarlas y violarlas cuando están en estado etílico; en los abogados y jueces tan comprensivos con los motivos de otros hombres abusadores y violentadores; en la forma en que los periodistas culpabilizan a las víctimas y son empáticos con los asesinos; en el tío que enseña sólo a los chicos a jugar fut y deja a las niñas mirando; en los trolls que atacan estos posts en grupo; en los protectores de agresores denunciados; en los compañeros de oficina que sabotean a las mujeres jefas, compañeras y subordinadas; en todos los que nos llaman locas, histéricas, malcogidas como intento por callarnos. No necesitan, ni siquiera hablarlo entre ellos, ya se reconocen, se huelen, se saben las tácticas. Las jaurías están en todas partes. Es preciso comenzar a reconocerlas, nos va la vida, la libertad y el futuro en ello.

LEGALIDAD PATRIARCAL

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Yo me niego a hablar de eso que nombran “justicia patriarcal”, porque implicaría que consideramos que en el patriarcado hay alguna posibilidad o forma de justicia y esa es una falacia.

Lo legal no necesariamente es lo justo y, menos, en donde las leyes las aplican quienes empatizan y son aliados en los sometimientos a las otras y a los más desprotegidos. 

Lo que hay en el patriarcado es "legalidad patriarcal", que deviene de las leyes que han creado los hombres, el mundo en masculino.
Esos que se aman entre ellos y que por cientos de años han encontrado la forma de justificar a los ladrones capitalistas que se devoran los bosques y contaminan el agua, incluso, condenando a las defensoras de la tierra o permitiendo la impunidad a quienes las asesinan; esos mismos que dejan en libertad a los feminicidas o les dan pocos años de prisión para que puedan seguir asesinando a otras y en México, al menos, son responsables del territorio sembrado de nuestros cadáveres. Esos son los capaces de encontrar justificables los crímenes más atroces en nombre del honor, de un rapto pasional o de encontrar “jolgorio” en el video de una violación.

Hablemos de legalidad patriarcal y estaremos todas claras de que se trata de la institución que no nos sirve a nosotras.
Si bien, sabemos que, ante esa institución y sus leyes, necesitamos a nuestras abogadas feministas para que nos ayuden a liberarnos de sus garras cuando nos persiguen, cuando quieren arrebatarnos a nuestros hijos e hijas, cuando otros las quieren usar para castigarnos por no ser lo que sus leyes, morales o escritas, dicen que debemos ser; una vez más, comprobamos que urge dejar de esperar algo de la maquina legaloide, pues no es ahí en donde la justicia que necesitamos, la vayamos a encontrar.

Las leyes no son justicia porque están escritas por los que mandan y son trucadas por los hombres, por los ricos, por los poderosos… el pacto patriarcal es entre ellos mismos.

La justicia no está ahí, es otra cosa, todavía no nos llega a tantas. Habrá que comenzar a pensarla en nuestras cabezas y fabricarla con nuestras manos.

SEPARATISMO

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

1.- No todos los espacios de mujeres, o sin hombres, son espacios separatistas.

El patriarcado ha asignado históricamente espacios designados para las mujeres. Algunos de castigo o de aislamiento, como en muchos casos fueron los conventos de monjas. Otros, destinados para la realización de los trabajos socialmente asignados a las mujeres, de los cuales incluso se regodea en sus discursos: “las mujeres a la cocina”. No obstante, que la resistencia real y simbólica de las mujeres ha logrado resignificar algunos de ellos, convertirlos en refugio y hasta en lugares de alianza y/o donde explorar nuestra creatividad. Sin embargo, aun cuando los reivindicamos por la experiencia de resistencia que implican, no son lugares de autodeterminación


2.- No todos los espacios no mixtos son separatistas.

Cuando las mujeres elegimos reunirnos entre nosotras, bailar y cantar entre nosotras, hablar para nosotras, reconocernos y debatir desde nosotras, sin la tutela masculina: Es un espacio político, sea explicitada o no esa politicidad, y es una pedagogía excelente organizativa para las sociedades enteras. Pero, no es un espacio separatista cuando no contempla un proyecto de cuestionamiento al régimen político que impone la obligatoria relacionalidad 
entre hombres y mujeres fuera de esos espacios acotados.


3.- Hoy, cuando las lesbofeministas y aliadas nos planteamos separatistas, lo estamos haciendo desde la expresa propuesta política de independencia de un régimen político opresor -Porque esa apuesta independentista es el sentido potente del separatismo-.

Ya no consideramos a la heterosexualidad una institución solamente, si no que reconocemos su lugar fundamental en la estructura del sistema mundo patriarcal. El régimen político de la relacionalidad socioeconómica sustentada en la obligación sexoafectiva y parental entre los hombres y las mujeres.

Sobre todo, es precisa la independencia de la heterosexualidad obligatoria, de la compulsión socioculturalmente creada en las mujeres a vivir siendo el complemento y en el cuidado no recíproco del otro, de los otros. Cadenas que pesan expresamente sobre aquellas con cuerpos con presunta capacidad paridora. Es decir, sobre los cuerpos a los que, al nacer, ya que sus características anatomofisiológicas parecían posibilitar el engendrar y parir al crecer y, por lo tanto, socialmente, se les prospectó el destino de madres, fueron asignados cuerpos del sexo femenino. Cuerpos sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico.

Ante lo expuesto, la propuesta separatista construye ideas, artes, espacios físicos, virtuales y simbólicos de mujeres que han dado la vuelta a esa construcción de “mujer” sobre el cuerpo en donde se ha prospectado la capacidad de parir y la obligatoriedad de servir, para reivindicarlo en el lugar de esta historia de resistencia política. Desde aquellas que fueron asignadas servidoras en el patriarcado, que han resistido y, finalmente, le han disputado su cuerpo -su cuerpa ya- y desde la autodeterminación han creado otras subjetividades para encontrarse, acompañarse y aliarse entre ellas, entre nosotras.

Tomado de Apuntes sobre lesbofeminismo: Notas sobre separatismo de Patricia Karina Vergara Sánchez en:









APUNTE MEXICA

Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com

Aunque sé que muchas son conscientes de esto, quiero enunciarlo: cuando algunos de los abuelos y algunas de las abuelas de la tradición mexica nos insisten en que la vida en dualidad (hombre/mujer) es indispensable para nuestra realización como humanas o para ocupar nuestro lugar en el calpulli, no están compartiendo ningún saber ancestral, el que habla es el doble patriarcado condicionándonos a la heterosexualidad obligatoria y al servicio en “complementariedad” al otro. No somos una esencialidad de lo femenino ni la mitad o lo dual de nada, somos guerreras mexicas, multifacéticas y completas en nosotras mismas.

lunes, 9 de abril de 2018

MANIFIESTO POR EL DERECHO A MARCHARSE


Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com


He visto a tantas mujeres devoradas en nombre del amor de pareja. Pese a maltratos, traiciones, infamias, se quedan. Se quedan a lavar los platos, a limpiar la casa del marido; a preparar la comida de los suegros; a criar niños y luego a los niños de sus niños; a dar servicios eternamente, a dar cuidados toda la vida. Se quedan porque nos enseñaron que el amor tiene que durar para siempre, que se tiene una que sacrificar por amor, que, si ya invertiste tantos años, hay que hacer un esfuerzo más.

He visto a tantas mujeres devoradas en nombre de la familia. Pese a maltratos, traiciones, infamias, se quedan. A pesar del padre violento, del abuelo golpeador, del tío agresor sexual o de la abuela que pidió silencio. Se quedan a servirles el pavo en navidad y hasta a cambiarle los pañales llenos de caca cuando el viejo agresor ya no puede valerse por si mismo. Porque la familia es familia, es lo más valioso que una tiene, dicen.

He visto a tantas mujeres devoradas en nombre de la amistad. Pese a maltratos, traiciones, infamias. A pesar de las estafas, groserías, chismes, manipulaciones, se quedan en el grupo, se siguen encontrando, por años, los viernes para ir a bailar y vacacionan con el circulo de amistades y les piden que sean sus testigos en la boda. Valoran que a pesar del daño hay que rescatar los recuerdos buenos, los momentos divertidos, las anécdotas compartidas.

He visto a tantas mujeres devoradas en nombre de la organización política. Pese a maltratos, traiciones, infamias. Se quedan a tapar el escándalo, a seguir levantando la pancarta, a hacer “control de daños”, a ver cómo retomar. Se quedan porque los años de trabajo, porque el capital político invertido; porque, tal vez, entre los restos de todo lo derrumbado encuentren un cachito de la utopía que fue desquebrajada.

He visto a tantas mujeres quedarse sosteniéndolo todo ante los terremotos. Incluso, cuando ya las han abandonado. Incluso, cuando todos ya se han marchado.

He visto a tantas, compañeras, amigas y enemigas queridas, que en nombre de aquello que las une o del trabajo o de las ideas o del afecto invertido se quedan. Porque nos han enseñado que ser mujer es comprenderlo todo, perdonarlo todo, mantener los lazos a cualquier costo. Se quedan, se quedarán y morirán al lado de quien les ha robado, descuidado, mentido o lastimado.

Yo no puedo, no quiero. 

Desde donde yo miro, sé que ninguna de nosotras debe estar obligada a permanecer en ningún espacio, en ninguna circunstancia, cuando no hay reciprocidad, cuando no hay tiempo compartido, cuando falta el cuidado.

De otro modo, de otra dimensión tendrán que ser los afectos, las acciones, las pasiones políticas. 

Buscar buen trato para una misma es, todavía en este siglo XXI, para las mujeres, un acto de Insubordinación.

¿Me he marchado yo?
Sí, al menos, una decena de veces.

Me fui de lazos biológicos ante la violencia.

Me fui de lealtades políticas cuando vi manipulaciones y corruptelas.

No respeté popularidades, poderes, títulos académicos ni reconocimientos chamánicos cuando detrás había abusos de poder o malos tratos.

No respeto a quienes reconocen esos abusos, los saben, los ven, hasta se escandalizan y, sin embargo, se quedan en complicidad, rindiendo culto o encubriendo a quienes saben que han dañado.

También, me he ido muy lejos de aquellas que creía compañeras pero que construyen entramados que parecen teóricos que, en realidad, están sólo discursando para excusarse a sí mismas, para justificar su cercanía con agresores o para proteger a las agresoras y revictimizar a quienes han padecido.

Hace tanto que tampoco comparto sueños de grandes movimientos ni de enormes masas que me convoquen a levantar mis consignas, si el precio de las apariciones en los noticieros es tener que caminar al lado de quien he visto lastimar o que me han lastimado.

No hay mensajes de “cariño” o “reconocimiento” que me hagan olvidar que ese afecto se posiciona años tarde, cuando ya enfrenté sola los huracanes.

Por supuesto, no soy quien, para decir estas cosas, me sobran mis propios espejos para decir lo ínfima que soy. 

Sin embargo, sé que, con todo y lo vana, desacertada o insuficiente que puedo ser, tengo derecho a decir dónde y con quien no quiero y es ahí donde no estoy.

Debo advertir que marcharse siempre tiene costos. Significa dejar el privilegio de ser la buena, la comprensiva, la tejedora de lazos que toda mujer-debe. Significa ser la mala de la historia, la que se negó a quedarse donde tantas se han quedado, la renegada, la que debe estar equivocada, aquella de quien se habla en corrillos y a quien se mira con censura.

Igualmente, siempre habrá modo en que llegarán mensajes que adviertan del error tan grande de marcharse. “A este paso habrás de quedarte sola, aislada”. En mi caso, tal vez, sea cierto. Sin embargo, elijo la soledad peligrosa y no la impunidad en manada.

Para marcharse hay que saber que lo material muy probablemente se pierda y que no hay argumento que sea suficiente para quien se queda. Nadie escucha lo que no quiere. 

Por ello, cuando viví violencias, cuando me sentí utilizada, cuando no fui escuchada o el tema o el acto se convirtieron en muralla irreconciliable, no quise más de aquello.

Yo no me permití exponer mis días más a lenguas que sé que laceran, me negué a intentar convencer de lo inconvencible o a tener que tolerar lo que no toleraba.

La última conversación siempre es difícil, significa tratar de hacer comprender a quien no quiso comprender cuando había tiempo y ganas del por qué una se va. Para una es el cierre, para alguien más nunca serán suficientes o complacientes las razones, así se convierten en conversaciones inacabadas para siempre. Es una claridad importante el saber que lo que duele a quien detracta no es la falta de una charla más, es el que no se le haya permitido reducir a quien se marcha, de no ser quien tuviera la última palabra.

Sin embargo, pese a los costos, pese a los caminos solitarios, poder marcharse es una elección potente. Significa poder andar sin fardos, sin deberes, sin amamantar a quien no se desea seguir alimentando, sin rendir cultos a quien no los merece. Significa no permitir más heridas de quien hiere, significa espacio para sanar y para inventarse nuevos rumbos libres.

Ojalá otras, ojalá muchas, logren marcharse sin tener que someterse a la última sentencia de quien les ha herido o de a quien ya no le deben nada.

Yo me he marchado, sí.
Me fui, porque elijo el autocuidado.
Sí, me marché sin permitir reiteradas últimas escenas.
Sí, me elegí a mí y estoy orgullosa de ello.
Me abrazan las mías, mis apegos elegidos y recíprocos, en el refugio nuestro.
Me fui, me voy, me iré de los lugares y la gente que dificulta el respirar en calma.
Me he marchado.
Me elijo, en digno gesto de justicia para mí misma.

viernes, 9 de marzo de 2018

APUNTES SOBRE PROSTITUCIÓN DESDE UNA MIRADA RADICAL, LESBOFEMINISTA

Patricia Karina Vergara Sánchez

pakave@hotmail.com



Nota previa: Este material fue presentado en la mesa llevada a cabo el 9 de febrero de 2018 en la Universidad Autónoma Metropolitana: Retos del feminismo actual mexicano, en donde tres feministas radicales fuimos invitadas a reflexionar sobre género, vientres de alquiler y prostitución. 



Quiero destacar la oportunidad que representó esa mesa, en donde se pusieron temas candentes en las discusiones contemporáneas, pero que, por ocasión realmente especial, no quedan sólo en las voces hegemónicas de quienes tienen el poder de lobbys financiados por grandes intereses farmacéuticos, proxenetas y de otras formas de comercio con la vida humana. Es en sí misma, la mesa, una ocasión de señalarse y celebrarse, más aún, que estos diálogos pudieran ocurrir al cobijo de la maestría en Estudios de la Mujer, que por sí mismo, hoy, mantener a las mujeres como enunciación, ya es un desafío político sin duda.

Voy a comenzar por plantear que el análisis que yo abordaré parte del piso político de la radicalidad. Sin embargo, dados los debates mediáticos contemporáneos, me es necesario especificar cómo estoy entendiendo el posicionamiento radical.

Radicalidad, no es aquello, desde el imaginario colectivo, azuzado por los medios de comunicación al servicio del estado de las cosas, que equipara radicalidad a violencia sin sentido.

En principio fundamental, la radicalidad es un lugar de análisis -y acción consecuente- que pretende llegar a la raíz de los fenómenos. 

Desde este lugar teórico político, desde la radicalidad feminista, estaríamos lanzando propuestas teóricas en busca de la raíz del poder del sistema patriarcal.

Feminismo radical es, también, el que derivó en el feminismo lesbiano. hoy, en el contexto concreto del Abya Yala, le nombramos lesbofeminismo. 

Me voy a detener unos minutos en hablar sobre la genealogía del lesbofeminismo y cómo concibo su planteamiento para, con estas herramientas entrar a ocuparnos del tema que nos convoca.

Comienzo por contar que en algún momento histórico las feministas más radicales, esas que no le apostaban a repartirse el pastel que llamamos mundo con políticas de una “igualdad” que perpetuara el estado de las cosas; que aspiraban, en cambio, a revolucionar los ingredientes y la receta misma del pastel, a organizar de otra forma el mundo, comenzaron a reflexionar sobre lo personal y lo político y sobre qué significaba sustraerse políticamente al servicio a los hombres, pero permanecer sexual y emocionalmente en interdependencia. Ese fue el principio del camino que construía la sexualidad y el afecto entre mujeres como una potente arma de resistencia ante el dominio patriarcal. 

Las primeras discusiones de lo que hoy es el lesbofeminismo, surgen en las décadas de los sesentas y setentas en cercana relación con los pensamientos feministas de la diferencia, en un período histórico de búsqueda de autonomía para las mujeres. Al respecto, escribió Ochy Curiel: “Cada vez más grupos sólo de mujeres, lejos de partidos y grupos de izquierda se organizaban en colectivos. Los grupos de autoayuda se convirtieron en escenarios importantes de la política feminista donde “lo personal se hizo político”, así, el cuerpo, la sexualidad, pasan a ser centrales en la política de estos años”. (Curiel, 2007:2). 

En México, estamos conmemorando, este mes, los 42 años de la fundación de Ácratas en 1976, primera organización que en nuestro territorio planteaba como eje político el amor entre mujeres. 

Fue en los ochentas y principios de los noventas, que en Europa y en Estados Unidos se publicaron poderosas aportaciones teórico políticas al pensamiento lésbico, entre otras, podemos destacar las de Audre Lorde, mujer negra; las de Cherríe Moraga, Ana Castillo, Gloria Anzaldua y otras de las que se denominaban a sí mismas “mujeres de color”, es decir, mestizas, indias, asiáticas, chicanas. Igualmente, publicaron en ese decenio Adrienne Rich, Monique Wittig, Colette Guillaumin. Estas últimas, mujeres blancas, pero sin duda muy lejos de la hegemonía anglosajona. 

Paralelamente, en Latinoamérica continuaban los trabajos y actuancias lesbianas y feministas. En México, por ejemplo, con reflexiones de Yan María Castro, desde la propuesta política del lesbianismo comunista/socialista. Para el 2000, se acuñó, la denominación “lesbofeminismo” pues se intentaba establecer una distancia política entre el lesbianismo reformista e inclusivista LGBT, que a veces se nombraba también feminista, y la política lesbiana que no buscaba la inclusión, más bien, se situaba desde el cuestionamiento al régimen heterosexual[1]. 

En la primera década del siglo XXI se siguió produciendo pensamiento y actuancia desde los grupos lésbicos organizados en Guatemala, en Colombia, en Argentina; los aportes de pensadoras lesbianas fueron un motor fundamental para el desarrollo del pensamiento del Feminismo autónomo; en Chile, Margarita Pisano escribía desde el Pensamiento del afuera, y otras feministas lesbianas y autónomas, en las décadas recientes han venido en toda la región, planteando la propuesta de un feminismo crítico a la heterosexualidad obligatoria[2], al racismo, a la colonialidad, al clasismo, a la institucionalización del feminismo tanto heterosexual como lesbiano y desarrollan contemporáneamente propuestas teóricas propias.

Me pareció pertinente este brevísimo recuento del pensamiento y actuancia lesbofeminista pues es preciso señalar, aun cuando muchos intereses y lógicas colonialistas nos niegan el reconocimiento a la capacidad de autodeterminación y creación propia de ejercicios del pensamiento en el Abya Yala, que las lesbofeministas, llevamos, al menos, cuatro décadas desarrollando un pensamiento propio en el Abya Yala.

Es desde este lugar de enunciación política que pretendo realizar un proponer algunos apuntes al ejercicio de pensarnos colectivamente la prostitución indagando desde la raíz patriarcal en que se cimenta.

Otro aspecto que me interesa señalar es que no pretendo “otrificar”, es decir, no pretendo tomar a otra por objeto de estudio y reflexionar sobre esa experiencia. Las lesbianas y lesbofeministas hemos padecido abundantes ejemplos de esos ejercicios, en donde pareciera que requerimos de la mirada externa para definir, describir o analizar nuestra propia existencia lesbiana. Por ello, uno de los intentos de este ejercicio será pretender no hablar por aquellas mujeres en situación de prostitución, ni por su experiencia, pues ellas han sido ya capaces de tomar voz propia, tanto proponiendo la regulación como la abolición del ejercicio de la prostitución. Aunque cabe resaltar aquí que, por supuesto, son las que tienen financiamiento de grandes empresas proxenetas quienes tienen mayor acceso a formas de difusión de sus discursos.

Dado lo anterior, este ejercicio de análisis va hacia preguntarnos por luces en la dimensión estructural, sobre qué lugar está ocupando en este momento la prostitución en el sistema mundo patriarcal, en su contemporánea manifestación en capitalismo salvaje.

Parto de enunciar el cómo, diversos análisis feministas alcanzan, de un modo u otro, a mostrar el carácter económico de la construcción de género en donde se crean sujetos funcionales a las necesidades de producción/reproducción del sistema en su configuración actual. El aporte lesbofeminista consiste en mostrar que, para construir ese sujeto funcional, es necesario construirlo en la introyección de la heterosexualidad obligatoria. Es decir, el cuerpo y el trabajo de las mujeres es atrapado-rapiñado-apropiado por el sistema mundo patriarcal a partir de los mecanismos que genera la heterosexualidad obligatoria en la construcción del deber ser de las mujeres. ¿Qué impulsa a las mujeres para que, además de cumplir largas horas en jornadas laborales asalariadas, se ocupen de lavar cientos de calzoncillos que nos son suyos durante toda su vida; hacer trabajo reproductivo para sí misma, para el “sujeto productivo” [3], para sus hijos e hijas y, en ocasiones, hasta para generaciones subsecuentes; qué le impone el mantener el orden de las cosas; limpiar mocos de niñas, niños y pasar noches en vela a su lado cuando enferman; entre muchos otros quehaceres sin remuneración económica, sirviendo así con sus trabajos-cuerpo al sostenimiento del sistema mundo económico?, ¿podría ser así si no se construyera en las mujeres la convicción de que sólo es posible-deseable la vida viviéndola en relación con un hombre y al trabajo asignado en esta relación -ese trabajo que pocos consideran trabajo-[4] ?

Este es un punto medular: el supuesto de que la mayoría de las mujeres (y hombres) son heterosexuales por naturaleza, es un muro teórico y político, afirmó Rich, (1985, p.38).

Incluso, si partiésemos desde una mirada estrictamente biologista[5], en donde la naturaleza humana está “determinada por nuestros genes” y es inmodificable, en un sentido estricto no hay más necesidad de relación entre hombres y mujeres adultos que aquellas que comprenden las funciones reproductivas, cinco minutos de contacto coital. La crianza de pequeños y pequeñas, la construcción de vivienda, la producción de alimentos, pueden hacerse con personas distintas a aquellas con quienes se ha llevado a cabo el coito. Fuera del momento de la inseminación, biológicamente, sujetos con pene o con útero no se necesitan cotidianamente para perpetuar la especie.

Sin embargo, el sistema de producción determina modos de vida, la mente construida en la heterosexualidad no concibe la vida posible sin la familia. La vida en familia que, a su vez, es el lugar del trabajo reproductivo. Así, resulta acertada la convención social de que la familia es el núcleo de la sociedad (y del sistema económico y político), y en este punto es posible observar cómo la heterosexualidad obligatoria es el núcleo de la familia.

Así, si bien la heterosexualidad y asignación de los roles de género actuales son una construcción que obedece a un proceso histórico, su acción opresiva concreta contemporánea responde hoy a las necesidades del capitalismo, lo posibilitan y lo perpetúan, podemos aquí proponernos un juego dialéctico: si reconocemos que “lo que los individuos son depende, por lo tanto, de las condiciones materiales de producción” (Engels y Marx, 1982, p.19), podemos también reconocer que las condiciones de producción dependen de las condiciones materiales posibilitadas por la propia heterosexualidad. 

Llegando a este punto, poder observar el lugar estructural económico/político de la heterosexualidad nos permite mostrar que ésta construye instituciones, cual engranajes que conducen a la apropiación de los cuerpos y trabajos de las mujeres hacia su función productiva y reproductiva en el mundo occidentalizado:

En este sistema, sobre cada cuerpo que nace con presunta capacidad paridora[6], es decir, sobre los cuerpos a los que, al nacer, sus características anatomofisiológicas parecen posibilitar el engendrar y parir al crecer, que presentan una vulva o algo semejante a una vulva y que probablemente portan un útero, se imponen los mandatos culturales en el contexto que se nace de cómo deben ser las mujeres. Socialmente, se les prospecta el destino de madres, -independientemente de si sucederá o no-. siendo así que se entrena y se compulsa a vivir siendo el complemento y en el cuidado no recíproco del otro, de los otros. El éxito de este proceso ocurre cuando una mujer es asignada a un varón y cumple las tareas reproductivas que le fueron encomendadas, aún cuando ese varón muera o se aleje o sea sustituido por otros, el trabajo de mujer seguirá ejerciéndose.

En la década de los ochentas y noventas se analizaron hipótesis sobre que algunas lesbianas, prostitutas y monjas, escapaban a esa apropiación del trabajo de los cuerpos de las mujeres ya que eran libres de marido, de apropiador individual. Sin embargo, en 1992, Colette Guillaumin contribuyó al análisis con el concepto de sexaje, definido como “la relación social de apropiación privada, física, directa de las mujeres en forma individual por parte de sus padres, maridos, novios; y la apropiación colectiva de la clase de las mujeres por la clase de los hombres”. Es decir, se trata una “relación social, material, concreta e histórica. Esta relación social es una relación de clase, ligada al sistema de producción, al trabajo y a la explotación de una clase por otra” (Brecha Lésbica, 2005).

Por lo tanto, no basta escapar de la apropiación individual. Lesbianas, monjas y mujeres prostituidas somos apropiadas, todas, para el trabajo físico, afectivo simbólico y sexual.

En el mismo momento histórico, todas aquellas nacidas con presunta capacidad paridora, sobre las que se ha construido la obligatoriedad de cuidados, trabajos domésticos y servicios sexuales y afectivos, debido al sexaje, conformaríamos una clase económica política de la que ya otras autoras se han ocupado ampliamente, la clase mujeres.

Este es un punto importante que recordar para este ejercicio: el patriarcado se apropia, para sobrevivir, del trabajo de todas las mujeres.

En forma concomitante, dentro de esta clase, el patriarcado ha asignado diversas funciones que jerarquiza en su ejercicio de explotación.

Entre esas funciones, el patriarcado en su manifestación capitalista, pero en otras formas de producción también, ha necesitado crear a la figura de la prostituta como lugar disciplinario para las mujeres todas. Como extremo en la gama posible de tareas asignadas bajo su dictadura.

No es que solamente existan las mujeres prostituidas y las no prostituidas, el sistema mundo patriarcal es prostituyente de todas. 

A toda la clase mujeres se nos compulsa a la heterosexualidad obligatoria, es decir, a la alianza, servicio y cuidado de la clase privilegiada. De nuestra clase, a algunas mujeres, en un extremo de la línea las designaba: las madres, las esposas, “las santas” y serían las que se ocupaban de parir hijos para perpetuar el modo de vida, hacer labores de servicio y cuidado y realizar servicios sexuales al marido. Es decir, el modelo “ideal” de la producción de la feminidad dentro de la heterosexualidad obligatoria. A aquellas que enviaba al mercado productivo, les exigía cumplir con la labor productiva sin renunciar a las labores reproductivas -de cuidado y servicio, bajo la amenaza de que romper con sus labores tradicionales o relacionarse erótico-afectivamente fuera del hogar le convertía en lo “peor” que podría designarse a una mujer, en mala mujer, en la puta. Podían participar en el mercado de la producción, pero sin dejar de servir al régimen heterosexual. A las jóvenes les compelía a casarse pronto, a no romper los mandatos de monogamia, a ser siempre para uno o de lo contrario, se convertiría en quien cargara el estigma de la fácil, la ligera, la puta. A la soltera, se le deseaba que pronto apareciera el hombre que la apropiara, no fuera a ser que terminara mal, corrompida, es decir, que terminara recibiendo el epíteto de puta. 

De esta manera, las mujeres en situación de prostitución no sólo servían/sirven al patriarcado para realizar servicios sexuales y como lucrativo negocio, también se ocupaban de parir hijos para perpetuar el modo de vida, hacer labores de servicio y cuidado. Al mismo tiempo, cumplían la función pedagógica de mostrar lo que no se debería ser, la vilipendiada por la sociedad, la castigada, la negada. Los mitos construidos alrededor de ella, la seductora, la de la sexualidad insaciable y de las prácticas prohibidas, la “rompe hogares” “roba maridos”, inmiscuida en prácticas siniestras. Ninguna mujer, siempre deseosas de aprobación, querría ser ella. Desvirtuarse, perder la virtud, significaba vivir con el estigma, la amenaza viva. 

Así el patriarcado amedrenta a unas, se ensaña con otras y pone en confrontación constante a todas. 

Lo que es inmutable aquí, es que a ninguna se le permite escapar a la obligatoriedad de brindar los cuidados y trabajos reproductivos al otro o a los otros.

Sin embargo, todos los lugares asignados en el patriarcado implican que los trabajos y cuidados de las mujeres sean apropiados colectivamente y son lugares de vulnerabilidades varias que dependen también de la imbricación de opresiones en la vida de cada mujer. Las esposas, amigas, hijas, amantes en la dependencia económica, psicológica, las posibilidades de violencia física, de feminicidio por sus familiares y parejas estarán asociados con lugares de clase económica, etnia, edad…

En otro rostro del mismo prisma, las mujeres en situación de prostitución, también correrán las vulnerabilidades asociadas a su lugar en las imbricaciones de opresión, pero las vulnerabilidades se multiplican en tanto que la apropiación colectiva se suma a una apropiación individual múltiple, la apropiación es numerosa y constante. Mientras los trabajos, cuidados y servicios de algunas tienen uno sólo o pocos apropiadores, marido-novio-esposo-padre-amante-familiares Los trabajos, cuidados y servicios de otras son apropiados por marido-novio-esposo-padre-amante-familiares y por un número indeterminado de puteros[7], es decir de otros apropiadores individuales. A tanto número de apropiadores, tanta dependencia económica e interminable negociación, a tal número de apropiadores tal vulnerabilidad exponencial a las múltiples formas de explotación, violencia y asesinato. 

Líneas arriba describí la función de la prostitución para el patriarcado utilizando los verbos en tiempo pasado, fue un ejercicio intencional, porque es preciso dar cuenta de una transformación en el sistema mundo heteropatriarcal y prostituyente que suma nuevas cargas sobre los cuerpos de las mujeres. El capitalismo y sus lógicas neoliberales están entrando en este momento histórico a una fase distinta en el sistema de producción y de aquello que se produce. Estas modificaciones, por supuesto, están manifestándose en la forma en que se explota a las mujeres. 

Es decir, en la fase previa, se ha acumulado la riqueza en el mundo a partir del trabajo que, parafraseando a Federici, comienza en el fregadero de platos y culmina en la plusvalía que fue posible generar gracias al trabajo productivo posibilitado por el trabajo reproductivo iniciado en ese lavado de platos. (Federici: 2012)

Sin embargo, ahora que la explotación colonialista de los recursos naturales se complejiza, cuando ya escasean los territorios de conquista, el agua, los animales, los minerales y hasta los árboles ya han sido privatizados, el territorio que el capitalismo imperialista ha decidido recolonizar es el cuerpo de las mujeres. 

Ya no se trata únicamente de la explotación del trabajo no asalariado, que continúa, se trata también de la apropiación del cuerpo territorio como mercancía a comercializar. La prostitución no es un fenómeno aislado de otras apropiaciones capitalistas. En este momento, la conquista de los cuerpos territorio ocurre desde cinco estrategias visibles:

1.- El uso del cuerpo de las mujeres como generadora de óvulos y/o incubadora de bebés a la venta de quien pueda pagarlos

2.- Los cuerpos y vidas de bebés engendrados para ponerlos a la venta.

3.- La venta de las imágenes del sufrimiento del cuerpo de las mujeres en la industria del porno que llaman “duro” y que está innegablemente emparentado cultural y económicamente con la venta del porno ilegal en donde se tortura y viola a mujeres y pequeños y pequeñas.

4.- Anulación de las mujeres como sujeto de emancipación en discursos que van del: “No existen las mujeres” a “todos somos mujeres”, sin importar las necesidades específicas de aquellas sujetas con cuerpo de presunta capacidad paridora. Esta estrategia no es sólo una disputa de discursos, la intencionalidad política es la desaparición del sujeto enunciante. Si se diluye a quien habría emanciparse no hay emancipación posible. Si se diluye o invisibiliza la frontera del territorio, o se niega el nombre y la existencia del territorio mujeres, es, entonces, territorio de nadie y por lo tanto territorio colonizable.

5.- El maquillaje de la prostitución como “acto de empoderamiento”[1] y un logro social para las mujeres. 

Aquí, vale la pena detenernos un momento para señalar que el discurso del “empoderamiento” en la prostitución pareciera dar la vuelta al uso aleccionador descrito líneas arriba sobre la funcionalidad de la prostitución para el patriarcado. Sin embargo, si bien es un discurso que pareciera tratar de terminar con el estigma para las mujeres en situación de prostitución, lo que genera es la jerarquización más cruenta entre aquellas que parecen ser favorecidas por el sistema prostituyente, la prostitución rodeada de glamur, que implica generar una percepción magnificada o glorificada y no necesariamente cierta, crea una elite de mujeres favorecidas, regalonas del patriarcado, diría Margarita Pisano, en tanto sigue construyendo y reforzando el temor respecto a la puta que no se desea ser y esa es aquella fuera de los reflectores de ese glamur, las de cuerpos no estéticos según los cánones hegemónicos, las de menor acceso a educación formal, las de zonas más vulnerables geopolíticamente, la mayoría, las precarizadas.

Igualmente, los y las trabajadores de las empresas prostituyentes insisten en declarar ante la prensa que la prostitución no es lo mismo que la trata, como si la cultura prostituyente no fuera el negocio completo, el negocio redondo con cuerpos de mujeres, principalmente, como “productos” para cada nicho de mercado y para cada bolsillo. El “producto” envuelto en el papel dorado de discursos intelectualizados para el consumidor más acaudalado o para el progre que desea consumir productos que la mercadotecnia proxeneta crea como “políticamente correctos”, “libres de sufrimiento”[2] . Para consumidores más “tradicionales” o con otros deseos y poderes adquisitivos, están las más vulnerabilizadas.

Debo insistir en este señalamiento: Lo que llaman “trabajo empoderante” y la trata son parte de una misma cultura, de un mismo negocio y responden a nichos de mercado con demandas específicas. Unas, desde la zona V.I.P. responderán a la demanda estratificada-intelectualizada, otras a la demanda general de los puteros.

Así, podemos observar en la región, a algunas mujeres que declaran ante las cámaras y redes virtuales diciendo que les va tan bien en su negocio de autoprostituirse o prostituir “solidariamente” a otras, que rechazan a cualquier putero cuando no es de su agrado. Lo que no narran es que a ese putero rechazado, siempre hay otra mujer, frecuentemente una niña, víctima de trata, obligada a servirle, que no puede darse el lujo de rechazarlo.

Sólo para contextualizar, señalo que hace un año la ONU contabilizaba que, mundialmente, la trata de personas genera cada año ganancias que van de 32 mil a 36 mil millones de dólares, aproximadamente, y en México, cada año también, 21 mil menores son víctimas de trata con fines sexuales en México, de las cuales el 93 por ciento son mujeres. (Camacho, 2017)

Por ello, es preciso aquí nombrar las trampas evidentes del sistema que pretende convencernos de que alquilar nuestros úteros, vaginas, anos, bocas, abrazos[3], atención o compañía, permite acceder a algún tipo de poder, es una libre elección o son actos que promueven los derechos de las personas, cuando en realidad son las nuevas formas en que el imperio neoliberal habita el mundo del imaginario social:

Se trata de discursos manipuladores en donde ese pretendido empoderamiento, la libertad y los derechos humanos sólo alcanzarían a unos cuantos, porque las mujeres provenientes de familias ricas no necesitarán vender sus óvulos para empoderarse, ni una mujer pobre de Tabasco podría alquilar el vientre de una europea para que le geste un hijo; el prolapso rectal, ni la tortura, ni la muerte cruel de ninguna mujer rica ni esposa apropiada por un hombre rico serán vendidos en videos “duros” en las calles de la ciudad y las hijas de los más privilegiados pueden experimentar la prostitución glamourizada, si quieren, pero pueden retirarse cuando lo deseen -siempre y cuando no desarrollen una adicción a las drogas o al alcohol que es un tema que queda pendiente por abordar sobre los ambientes prostituyentes-; algunas de las privilegiadas pueden retirarse, a diferencia de cualquier niña traficada por los industriales prostituyentes que muy difícilmente podrá irse de ahí... tal vez hasta que la maten.

Dado lo anteriormente expuesto, podemos observar cómo la prostitución es el resultado de una estructura prostituyente que pesa sobre toda la clase mujeres y que la prostitución de una mujer es pedagogía para todas y cómo, en esta nueva era de acrecentamiento del sadismo capitalista patriarcal, la heterosexualidad obligatoria se transmuta y ya no basta la lealtad y sumisión erótica a la clase privilegiada, en tanto, ahora le es necesaria la erotización y glamurización de esa sumisión colectivizada[4] . 

Probablemente, hace décadas se viene preparando el escenario, ya las feministas denunciaban la creciente cosificación del cuerpo de las mujeres. En este momento histórico se trata, pues, de apropiación del trabajo no asalariado y, además, de la legitimación, pensamiento hegemónico del uso comercial de ese cuerpo como producto, que implica la anulación de las mujeres como sujeto. Esa es la embestida actual para una recolonización de los cuerpos y las vidas de las mujeres, entonces, una mirada radical y lesbofeminista estaría dirigida a terminar de forma estructural con cualquier labor de servicio[5] de la clase mujeres a la clase hombres. 

La tarea entonces, tiene que pasar por abolir toda forma de construcción de las mujeres como clase en servidumbre, sabiendo que hay especificidades en la opresión de las mujeres y que estas especificidades de opresión no son accidentales, sino que tienen un concreto fin económico y político, la revolución en las camas, en las casas[6] y en el mundo ya no puede ser una mera consigna, literalmente nos va la vida y la libertad en ello.

REFERENCIAS


Lewontin, R.C.; Steven Rose y León J. Kamin (1987), “No está en los genes”, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Crítica, México.


HEMEROGRAFÌA


Curiel, Ochy (2007) “El Lesbianismo Feminista: una propuesta política transformadora” en América Latina en Movimiento, núm. 420


Rich, Adrienne. (1985). La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana. En Revista Nosotras. Madrid N.° 3, 1-36.


CIBERGRAFIA
Federici/ Ross, M. (2012). Entrevista a Federeci. Obtenida el 8 de febrero de 2018.La Hiedra en


Camacho, Zósimo. (2017) México: 70 mil niñas y niños víctimas de trata de personas Obtenida el 8 de febrero de 2018. Contralínea en

[1] Concepto acuñado por Monique Wittig en donde muestra que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad normando y controlando las sociedades contemporáneas, por lo tanto su poder es político. (Wittig, 1992)


[2] Institución patriarcal que por medio de mecanismos de disciplinamiento y control naturaliza la heterosexualidad como “deseo” para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones (Rich, 1985: 11) y yo agrego: con el fin de mantener los sistemas económicos y políticos que en esta lealtad y servicio se sostienen.

[3] Aquel socialmente reconocido como el que produce material o intelectualmente por un salario remunerado.

[4] Al respecto, Federicci escribe: “El capital tenía que convencernos de que es natural, inevitable e incluso una actividad que te hace sentir plena, para así hacernos aceptar el trabajar sin obtener un salario. A su vez, la condición no remunerada del trabajo doméstico ha sido el arma más poderosa en el fortalecimiento de la extendida asunción de que el trabajo doméstico no es un trabajo, anticipándose al negarle este carácter a que las mujeres se rebelen contra él”. (Federicci, 2010, p.34)

[5] Así llaman Lewontin, Rose y Kamin al determinismo biológico (1987, p.18)

[6] La presunta capacidad paridora se refiere a que sobre, prácticamente, todos los cuerpos que nacen con vulva, se presuponen que tendrán la capacidad de engendrar y parir al crecer, por lo que socialmente, se les prospecta el destino de madres. Cuerpos de mujer sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico patriarcal. La presunta capacidad paridora ha sido explicada en “Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo” y en “Apuntes sobre lesbofeminismo: notas sobre separatismo”. Ambos en http://ovarimonia.blogspot.mx/ 

[7] Aquellos que utilizan su lugar de privilegio económico, político o social para apropiarse por un espacio del tiempo de una mujer en situación de prostitución.