El asesino de Dulce Cecilia en Querétaro tenía 14 años, era "un niño" pero después de violarla y ahorcarla, enredó un alambre en su cuello para asegurarse de que estuviera bien muerta. ¡Qué cándido niño!
El feminicida de ayer en Reforma 222, tenía 35 años, "estaba dolido", "No soportó el que le quisieran pelear la custodia del hijo", "trató de suicidarse", ya apuntan algunos medios para justificarlo. Sin embargo, el tipo se aseguró de herirla a ella tres veces en el tronco y de herirse a sí mismo una vez en una zona no vital. ¡Manipulador asqueroso!
No son casos extremos, todos los días pasan múltiples situaciones similares, algunas son convertidas en fenómenos mediáticos y otras no, depende del morbo de los periodistas ese día.
Por ello, cuando nosotras decimos: hay una cultura feminicida, y nos responden que estamos exagerando o que "no todos los hombres" o que la culpa es de las mujeres por no saber educar-controlar o dejar de provocar a los hombres; lo que están haciendo es invisibilizar el genocidio actual en contra de las mujeres.
Aquí, lo que me interesa apuntar es que quien permanece impasible, quien oculta, quien guarda el secreto, quien minimiza, quien justifica, quien elige la comodona neutralidad, quien espera a ver de qué lado pesa más la balanza, quienes hacen mofa del dolor y de la muerte, son cómplices. Cómplices activos del que se da el lujo de violar y estrangular a una niña y que en tres años estará libre porque es menor de edad, cómplices activos del que dispara a plena luz del día a una mujer que decide dejarlo, porque ahora mismo está ya siendo disculpado por el entorno que habla de crímenes de pasión.
Nos matan porque pueden, por eso nos matan.
Si no dejamos de inventar atenuantes a cada violador, agresor, asesino, somos parte activa de la impunidad, somos pilares de la cultura feminicida y no hay excusa
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