© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
C,
quien tenía nueve años de edad, llegó a vivir al Distrito Federal e ingresó al
cuarto año de primaria cuando el ciclo escolar ya estaba iniciado. A los cuatro
días de haber llegado a su nueva escuela, dos niños de diez y once años le
tocaron las nalgas. Ella los denunció de inmediato con su familia y en la
escuela. Mientras la maestra les llamaba la atención, los agresores portaban un
rostro de profundo arrepentimiento y tristeza. C, conmovida, preguntó a una de
sus compañeritas de salón de clases, si había hecho bien o mal al denunciar. La
respuesta fue: “Imagínate, tú los aguantaste cuatros días, nosotras llevábamos
todo el año aguantándolos”.
Sin
embargo, en la reunión mensual de madres de familia, cuando se tocó el tema,
las voces de las madres de los varones justificaban: “Las niñas son unas llevadas, las niñas los provocan”.
A
C no volvieron a tocarla, pero sí a susurrarle algunos insultos y apodos. La
violencia en el salón fue creciendo al grado de que ya tres o cuatro chicos
rodeaban a una niña para aislarla y le tocaban el cuerpo. Ninguna denunció. Luego,
vino una revista pornográfica, objeto con el cual se acercaban varios niños
hacia las niñas, para preguntarles si sabían masturbarse. El tono de la
pregunta era el mismo que si fuese utilizado de un hombre adulto a una mujer
podría usarse para denunciar acoso sexual. Las madres de estos chicos hablaron
de un natural período de curiosidad sexual, la agresión hacia las niñas era un
tema muy secundario.
En
el siguiente ciclo escolar hubo un cambio de maestra. Se dijo que era necesaria
una mano más firme para tener controlados a muchachos tan problemáticos. La
nueva maestra los llenó de trabajos y tareas, los mantenía ocupados todo el
tiempo en la escuela y en la casa. Hojas y hojas llenas de trabajos para
entregar. Los padres y madres de familia estaban contentos con los niños y
niñas agotados todo el tiempo. Sin embargo, las agresiones a las niñas no se
detuvieron. La práctica se extendió: “Mamá, no puedo decirle a la maestra,
Oscar es el más aplicado del salón, el consentido y además ni van a decirle
nada”. En efecto, la consigna continúo: La
culpa es de la niñas, para qué se llevan, por qué no se dan a respetar.
¿Qué es darse a respetar? Es una obligación que el
discurso actual asienta sobre los hombros de las niñas en donde se espera que
en su interacción con los niños sean tranquilas, amables, que no empleen
palabras inadecuadas, que no tengan juegos bruscos
con ellos, que se sienten en forma adecuada, con la espalda erguida y con las
piernas juntas; que vistan de determinada forma, no provocativa. Que sean pasivas, que sobre
ellas recaiga el peso de evitar cualquier confrontación con los otros. Si una
niña no es tranquila ni amable, dice groserías, si juega brusco, se sienta en forma
inadecuada, viste de la manera en que su búsqueda de identidad se lo dicta o
simplemente no es pasiva, o, por la razón que sea, no cumple con los parámetros
marcados por este discurso, entonces se le culpabiliza de cualquier
desavenencia que pueda ocurrir. Como si el hablar incorrectamente, sentarse o
vestirse como le resulte más cómodo fuera justificación para ser violentada. Lo
curioso aquí es que también aquellas que siguen la norma de lo preescrito, de
todas formas son maltratadas y escuchan el mismo discurso de la provocación. No
hay modo de ganar para ellas. Cuando, en realidad, nadie tendría que ganar
nada, nadie tendría que esforzarse por obtener un trato decoroso. El respeto es
un principio fundamental de convivencia humana. No se trata de “merecerlo”,
“conquistarlo”.
A ningún joven varón se le mide con el mismo parámetro.
Ningún niño es señalado por que usó una palabra inadecuada o vistió ropa corta,
nadie lo descalifica con el argumento de que No
supo darse a respetar. Ellas tendrían que poder esperar y exigir
ser respetadas por el sólo hecho de ser humanas.
Recientemente,
una investigación de la Universidad de Huelva, titulada Análisis de la violencia hacia las
niñas en la escuela primaria, revela que la mayoría de los
agresores son niños y la mayor parte de las víctimas, niñas. “En las
entrevistas en profundidad se comprobó que ellas van asumiendo desde niñas el
rol de víctimas, tienen que ser sumisas; mientras que los niños, ante un
problema, responden: pego a quien sea”,
explicó Emilia Moreno Sánchez, directora del trabajo[1].
Sobre
los datos anteriores obtenidos en España, cabe acotar que, de acuerdo con la
investigadora Carmen Castillo Rocha[2], los niveles de
maltrato entre estudiantes –incluyendo a hombres y a mujeres-, comparados en un
estudio realizado en Yucatán, México, presentan niveles más altos que en los
estándares españoles.
C
cambió de escuela este 2009 para su último ciclo escolar en la primaria. Sin
embargo, no cambió de realidad. Como en todas las escuelas de hoy, está
presente el bullyng, “un comportamiento prolongado de insulto verbal, rechazo
social, intimidación psicológica o agresión física de uno o unos niños hacia
otro que se convierte en víctima”[3]. Es un fenómeno
duro que convive en un mismo tiempo y espacio con la falta de respeto hacia la
diferencia, cualquiera que ésta sea: el color de piel, el peso, la talla, el
usar lentes, aparatos ortopédicos o de ortodoncia, cualquier excusa pareciera
válida.
Incluso,
niñas que agreden a niñas, en un ambiente que constantemente las obliga a
rivalizar por el aspecto físico, por calificaciones en asignaturas, por la ropa
que portan, por quién resulta más agradable a los ojos de los otros, por quién
opaca, por quién humilla, quién demuestra ser mejor que la otra.
La
violencia no sólo está presente con diferentes matices en el alumnado si no en
el propio cuerpo docente. Como el maestro de matemáticas aquel, que obligó al
alumno a quitarse la pulsera que portaba porque “es de niñas” y amenazó a todo
el grupo con cortarles con tijeras las pulseras a todo aquel niño que las
portara, ignorando por completo las leyes en contra de la discriminación y el
respeto a la integridad de los jóvenes. O, el que se permitió arrojar a un lado
los pupitres para amedrentar a los alumnos. Es decir, el maltrato, la
intolerancia sembrada desde las primeras experiencias de socialización para los
hombres y mujeres que construirán la realidad más próxima.
A todo ello, es necesario sumar el ambiente general que
rodea a las alumnas, camino a la escuela, dentro de la escuela y en el camino
de vuelta a sus casas: Palabras obscenas murmuradas o gritadas a voz en cuello
al paso de las niñas, por sus compañeros o por hombres de diversas edades que
las acosan en las calles, en el transporte público. Palabras que aluden a su
sexualidad, palabras que lastiman su autoestima, señalamientos sobre el aspecto
de los cuerpos cambiantes de aquellas que apenas están aprendiendo a desenvolverse
en la vida diaria. Lo peor, en ocasiones las palabras se tornan en tocamientos
indeseables.
Para
C, aún en el nuevo plantel, la violencia escolar no termina: el niño que le
pidió ser su novia y al cual ella rechazó, la señala, la persigue, le ha puesto
apodos. En dos ocasiones le ha hecho ofrecimientos: Dejará de llamarla con
sobrenombres, si acepta ser su novia; dejará de hostigarla, si acepta ser su
novia.
Situaciones
muy parecidas viven otras compañeritas suyas. Las niñas saben ya bien a estas
alturas que no pueden recurrir a las autoridades escolares porque, perciben,
que no tomarán ninguna acción significativa y que probablemente les repetirán
el discurso de que deben darse a respetar. Además, hay familias que todavía las
culpabilizan a ellas, las sancionan, las violentan si denuncian lo que les
ocurre. Entonces, toman las únicas acciones que están al alcance de niñas de
diez, once y doce años: Ellas, a su vez, les gritan insultos, todas la palabras
fuertes con que se les ocurre rechazarlos. Intentan patearlos o abofetearlos
cuando se les acercan demasiado. También, optan por el correr, escapar, cuando
ven aproximarse a quienes les hostilizan.
Las
salidas que estas niñas encuentran no son sencillas ni completamente efectivas.
Es injusto el que se vean obligadas a correr cuando va hacia ellas el agresor.
Dejan la charla con sus amigas, el material de la escuela, el almuerzo para
después. Muy probablemente, el vivir en la constante renuncia no es un camino
que les siembre fortaleza. Qué elementos de autoconfianza, de supervivencia les
estamos facilitando. Hay que preocuparse. Un estudio reciente avisa: “el número
de suicidios femeninos se reduciría en un 10% si se eliminara la frecuente
victimización escolar de las niñas”.[4]
Por
otra parte, la respuesta física puede ser peligrosa. Un ejemplo de ello le
ocurrió a V, que también acude a una escuela en el Distrito Federal, a quien en
la aglomeración a la hora de la salida del salón de clases, un compañero suyo
le tocó las nalgas y ella volteó para abofetearlo. Él la tomó por el cuello y
la apretó contra la pared hasta cortarle la respiración. Sólo cuando se
asustaron algunos compañeros y compañeras acudieron en la ayuda de V para que
fuera liberada. V quedó con las marcas de los dedos del agresor por días.
Las
niñas padecen la constante arbitrariedad de quien las violenta, pero además no
deben responder porque a partir de ello, ante autoridades, ahí sí, el varoncito
será escuchado: “Ella también me insultó, ella me gritó tal cosa, ella me
pateó, me arañó”. ¿Ya ven,
cómo son ellas las responsables?
Generalmente,
las autoridades se lavan las manos diciéndoles que se respeten mutuamente. No
analizan el trasfondo de estos conflictos en donde una jerarquía cultural de
géneros está presente en estas relaciones agresivas, en estas imposiciones de
modos de relacionarse. En donde ser niña o ser niño, todavía, implica distintos
accesos al poder cotidiano a protegerse o no, a ceder o no, a ser respetadas o
no. Entonces, si denuncian, si no denuncian, si toman su propia defensa verbal
o física, si corren, las niñas no tienen salidas efectivas.
Aquí
podemos citar las consideraciones de Emilia Moreno, junto al profesor Enrique
Vélez González, en un artículo publicado por la Red de Investigación Acción
Colaborativa.[5] “Educar para formar a la ciudadanía
obliga a incluir la perspectiva de género en la educación y cuestionar las
construcciones culturales, sociales e históricas que determinan lo masculino y
lo femenino. Estas construcciones asimétricas establecen las relaciones de
poder dando lugar a la subordinación y la discriminación de la población
femenina”.
Es imprescindible tomar medidas, no para luego. Ya
durante demasiado tiempo, el que un chico empuje a otro, los apodos, el que una
niña insulte a otra, las burlas, o que estudiantes excluyan a otro, han sido
vistos como hechos normales y los adultos no hemos intervenido. Igualmente, el
que un niño tire del cabello a una niña, rompa o le arrebate un objeto, agreda
desde la desigualdad entre hombres y mujeres se ha naturalizado. El que suceda
cotidianamente no lo justifica. Es necesario atajar la violencia antes de que
alcance grados más altos.
Un ejemplo de las consecuencias posibles: La violencia en
nuestro país, cuando llega al nivel de la escuela secundaria, puede alcanzar
extremos tales como el secuestro express, la violación y el asesinato[6].
Por
supuesto, que no todo es responsabilidad del centro escolar, los niños, las
niñas, los jóvenes al llegar a casa y encender la televisión muy probablemente
se encontraran con la escena de un hombre que da malos tratos a una mujer y
luego ambos se reconcilian porque
se aman;
al abrir una revista verán el anuncio comercial cuyas imágenes son una oda a la
anorexia; prenderán el aparato de sonido y escucharan la música de moda, no
sólo el reguetón, toda, con sus consignas misóginas. Más duro aún, quizá estarán
inmersos en familias que repiten y perpetúan modelos patriarcales, que
violentan, que restringen.
En
efecto, la cotidianidad está construida de violencia hacia las mujeres. Sin
embargo, sí podemos incidir en la parte que nos toca. Este llamado es a los
maestros y a las maestras frente al grupo, a las directoras, a las mujeres en
el sistema educativo, es una invitación a preguntarnos sobre los abusos de poder
cultural y social entre hombres y mujeres que estamos fomentando dentro del
salón de clases en la educación básica y su relación con la existencia del
hombre que nos acosó, que nos gritó insinuaciones sexuales por la calle en el
camino para asistir a nuestros espacios laborales ¿Podría ser uno de nuestros
alumnos dentro de unos años?
La
profesora Emilia Moreno nos sugiere: “Para evitar situaciones violentas en los
hombres, hay que empezar por educar a los niños y tratar de no relativizar
situaciones conflictivas alegando que son cosas de niños. La violencia
machista, desde luego, no lo es”[7].
Vamos
a preguntarnos sobre las agresiones hacia las mujeres que ocurren en las
calles, en las manzanas alrededor del centro de enseñanza y la permisividad con
la que se está fomentando que estos jóvenes maltraten a las jovenas. Teniendo
en cuenta que en unos meses, un par de años quizá, estarán fuera del centro
educativo, podemos visualizar que la violencia se repetirá afuera. ¿Cuántos
casos habrá ante el Ministerio Público que se presentan en una localidad, los
cuales pudieron haberse detenido tiempo antes por las autoridades escolares de
haber mostrado oportunamente al niño o al joven lo inaceptable de este tipo de
violencia?
Qué
estamos sembrando al responsabilizar a las niñas que han padecido violencia
escolar hacia las mujeres con el discurso de Las
llevadas, las
que no se dan a respetar, que termina en la impunidad hacia el
agresor.
Un
problema que señala la investigadora Carmen Castillo, es la violencia institucional:
“las autoridades escolares que, cuando finalmente los estudiantes y familiares
exponen sus quejas por abuso, niegan el problema, protegen a los agresores y
exponen a la víctima”[8].
Dos
testimonios de madres de familia sobre violencia institucional ocurrida en
escuelas del D.F., señalan:
“Cuando
después de mucho esforzarse, mi hija, que es muy tímida, logró decir qué le
estaba pasando, la maestra la regañó por no haberle avisado de inmediato. Por
eso, mi hija ya nunca les dice nada de lo que le pasa, la hicieron sentir como
si hubiera sido su culpa.”
“Cuando
la niña dijo que estaba siendo molestada, la maestra le respondió que primero
tenía que escuchar la versión del niño para saber qué cartas tomar en el asunto
¿Te das cuenta? Ni una palabra de confianza a la niña. Ni una palabra de
aliento. No dijo que lo resolvería, o le ofreció alternativas. Lo primero es
poner en duda la palabra de la niña. Primero preguntarle al niño y ni modo que
el niño diga: Sí, yo fui.
Por qué no decirle al niño que deje de molestarla y punto, sería todo. No,
primero protegerlo a él, no sea que la niña lo acuse sólo por no tener nada
mejor que hacer. Así es la justicia de las maestras”.
Hay
un efecto dominó entre la impunidad y la violencia sistémica que resulta en los
violadores, golpeadores y asesinos de mujeres y el discurso todavía vigente de
“Ellas lo provocaron”…por usar falda, por usar pantalón, por dirigirles la
palabra, por no dirigirles la palabra, por estar en la calle de día, por estar
en la calle de noche, porque decidió salir a trabajar, porque decidió no salir
a trabajar, porque la sopa estaba fría, porque la sopa estaba caliente…porque
sí. Son ellas las que lo provocan. Oswaldo Morgan que asesinó a su novia con 25
puñaladas dice que ella lo provocó, ¿Quién provoca recibir 25 puñaladas? El
niño que tomó por sorpresa la hoja en donde C estaba anotando el teléfono de
otro niño y la rompió en pedazos, dijo que estaba jugando, que así se llevan,
aún cuando ella lo negó El niño que besó a O a la fuerza dijo que ella lo había
provocado ¿Es tan alejado un camino de otro, o son consecutivos?
Hablar
de la educación primaria es recurrir sólo a un ejemplo, la educación en todos
sus grados presenta distintas formas de maltrato hacia las niñas y mujeres. Sin
embargo, hay un común: Se trata de uno de los espacios donde se asientan con
más fuerza las raíces de la violencia hacia las mujeres.
Por
supuesto, hacen falta políticas por parte de los Estados y el generar
conciencia social sobre la problemática. A docentes y directivos, intervenir en
la prevención y contención de la violencia; enseñar a los y las alumnos a
intervenir, a no permitir prácticas de abuso. Es necesario exigirlo, buscarlo y
trabajarlo para cambiar los hechos. Sin embargo, mientras ocurre, no podemos quedarnos
con los brazos cruzados.
Maestras,
profesoras: Por solidaridad de género, por conciencia de ser mujeres, porque
padecemos el mismo techo de cristal en donde, habiendo tantas mujeres
preparadas, los puestos de dirección y reconocimiento se dan en mayoría a los
varones; porque en nuestra labor cotidiana podemos vivir acoso de padres del
alumnado, trabajadores, otros funcionarios, y hasta de alumnos; por ser mujeres
que vivimos en este país injusto para con las mujeres. Por una noción elemental
de justicia, no repitamos discursos opresivos contra las nuestras, ni
permitamos que las propias alumnas los repitan. Si por ahora las
investigaciones sobre la violencia escolar en nuestro país son insuficientes,
podemos comenzar a dialogar, a discutir, a informarnos, a ensayar formas de
construir conocimiento y vida no sexistas.
No
sembremos en nuestras aulas más tiranía contra las niñas, contra las mujeres,
contra nuestras compañeras de hoy y de mañana.
[1]
Carballar, Olivia. El ‘bullying’ también tiene género. Sevilla, 2008.
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[2] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Merida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa. Distrito Federal, México. pp.825-842
[3] Matey, Patricia. Las niñas que ha sufrido acoso escolar tienen más riesgo de suicidio que los chicos. El Mundo. Madrid, 2009 http://argijokin. blogcindario. com/2009/ 03/10246- las-secuelas- del-bullying- tienen-genero. html
[4] Matey, Patricia. Las niñas que ha sufrido acoso escolar tienen más riesgo de suicidio que los chicos. El Mundo. Madrid, 2009 http://argijokin. blogcindario. com/2009/ 03/10246- las-secuelas- del-bullying- tienen-genero. html
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[2] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Merida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa. Distrito Federal, México. pp.825-842
[3] Matey, Patricia. Las niñas que ha sufrido acoso escolar tienen más riesgo de suicidio que los chicos. El Mundo. Madrid, 2009 http://argijokin. blogcindario. com/2009/ 03/10246- las-secuelas- del-bullying- tienen-genero. html
[4] Matey, Patricia. Las niñas que ha sufrido acoso escolar tienen más riesgo de suicidio que los chicos. El Mundo. Madrid, 2009 http://argijokin. blogcindario. com/2009/ 03/10246- las-secuelas- del-bullying- tienen-genero. html
[5]
Carballar, Olivia. El ‘bullying’ también tiene género. Sevilla, 2008.
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[6] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Mérida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa. Distrito Federal, México. pp.825-842
[7] Carballar, Olivia. El ‘bullying’ también tiene género. Sevilla, 2008.
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[8] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Mérida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa
Distrito Federal, México. pp.825-842
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[6] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Mérida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa. Distrito Federal, México. pp.825-842
[7] Carballar, Olivia. El ‘bullying’ también tiene género. Sevilla, 2008.
http://www.publico. es/espana/ 123646/bullying/ genero
[8] Castillo Rocha Carmen y Pacheco, María Magdalena. Perfil del maltrato entre estudiantes de secundaria en la ciudad de Mérida, Yucatán en Revista Mexicana de Investigación Educativa, año/Vol. 13, número 038. Consejo Mexicano de Investigación educativa
Distrito Federal, México. pp.825-842
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