© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
(2008)
No es muy popular ser el duende verde que gruñe
sobre el consumismo en navidad, mientras el resto de la comunidad cuelga
adornos de papel y canta villancicos. La misma impopularidad e incomodidad con
mis interlocutoras encuentro cada vez que abro la boca o la pluma para
señalar la estructura consumista, de antro, embrutecimiento con alcohol,
sexualidad cosificada y a veces con drogas, en que está sumergida la comunidad LGBTTyT. En
mi preocupación personal y concreta: La enajenación de bar que nos toca a las
lesbianas. Aclaro, antes que nada: Lo cierto es que no detesto las fiestas, ni
los bares, ni las bebidas alcoholicas, ni la socialización que ocurre en estos
ambientes. Mil veces he aceptado con gusto uno o muchos tequilas, he organizado
y asistido a fiestas. Creo en el ejercicio sexual libre – siempre y cuando sea
responsable y consensuado-, incluso sé y respeto del uso de sustancias que
llevan a estados de conciencia alterada con fines rituales, espirituales, de
búsqueda o simplemente experimentales. Reconozco, como no hacerlo, la necesidad
de espacios de convivencia, encuentro y de celebración para esta comunidad. Sin
embargo estas notas son un llamado a preguntarse, desde el hacer lésbico
politizado, a preguntarnos sobre la naturaleza y fondo de las relaciones y
organización lésbica alrededor de esta forma mercantil de
socialización-alienación. Por ejemplo, así como cuestionamos
nuestras relaciones de pareja y criticamos con dureza la imitación del modelo
heterosexual en donde, por desgracia hay quien asume el papel dominante y otra
que acepta el de sometida y se repiten los roles ya conocidos y, como
respuesta, las lesbianas somos capaces de criticar, aportar y encontramos que
no necesariamente tenemos por qué imitar dicho modelo. También podemos
cuestionar y replantearnos las formas en que nos relacionamos como comunidad,
de divertirnos o de espacios de ocio y a partir de la reflexión crítica hacer
tambalear el modelo que se nos dio prefabricado.
Podemos establecer, para comenzar, que el
sumergirnos en La “mercadotecnia de la diversidad” y la lógica del
“antro” nos enajena, es decir nos aleja de nosotras mismas e impide la
búsqueda de objetivos comunes. Nos sometemos a la patriarcal imposición de
valores y, entre el humo y la oscuridad de estos sitios, competimos para ver
quién tiene más poder económico, belleza física, quién tiene más
encuentros o conquistas sexuales, quien bebe más, quien tiene mejor auto,
quien es más que...
Claro que ello ocurre también en los ambientes
homosexuales, heterosexuales y en general. Y también valdría la pena la
discusión al respecto. Sin embargo, sujetándonos a hablar de nosotras,
lesbianas, habrá que pensar en las oportunidades valiosas que nos estamos
negando. Qué pasaría si arrojáramos la copa y la mercantilización al cesto de
la basura y pudiésemos comenzar a percibirnos entre nosotras como
aliadas, acercarnos, invitarnos a reflexionar en conjunto, apreciarnos por
nuestros valores intrínsecos y quien sabe, tal vez poder organizarnos en
acciones concertadas, por ejemplo para apoyar a aquella que han corrido de
casa, exigir justicia jurídica, alentar a la que padece, crear grupos de
trabajo intelectual, artístico o político, que hoy ciertamente en México
existen apenas un par como tales.
No se trata simplemente de un planteamiento
soñador, si no de una invitación para comenzar a buscarnos opciones de vida y
de acción tanto política como cotidiana distintas a las que ya nos han sido
dadas. El fenómeno de la generación que hoy vive el año 2007 es el de la
era del desencanto. Los gurús, los guías, las grandes teorías científicas o
divinas transformadoras quedaron en los siglos pasados. Parece demasiado
lejana la promesa de un orden mejor o más justo. Para las mujeres que
hemos sido negadas en nuestros aportes por los libros de historia, alejadas
sistemáticamente del poder y despojadas de nosotras mismas, el vacío es mayor.
Así pues, respiramos a diario desencanto, cinismo, falta de solidaridad para con
el otro y con la otra. De
tal modo que las únicas dos premisas posibles son las impuestas desde el poder:
El valor del dinero como fuente de toda satisfacción y el embotamiento de los
sentidos.
Como el orden económico establecido garantiza
que el dinero y sus posibilidades son inaccesibles para la mayoría, entonces
nos volcamos a la segunda premisa: Le apostamos a la evasión contra la acción y
jugamos a no mirar. A conformarnos con lo que hay.
Cuando la ansiedad psíquica, la insatisfacción o
la soledad comienzan a pesar demasiado, una de las posibles salidas es ir a
gastar 30 pocos pesos en tres cervezas y calificamos como mejor que cuestionar
el por qué no existen otros sitios, otras practicas y otros servicios o
inventarlos nosotras mismas. Preferimos no ver la violencia que nos cerca o
conformarnos con saber que ya estaba ahí, en lugar de tomar la parte de
responsabilidad que nos toca y comenzar a hacer, a proponer, a transformar en
lo inmediato.
Por poder comprar un juguete sexual, ver una
película porno o ligar a cualquiera en este bar y terminar en la cama sin
conocer siquiera su nombre; queremos creer que es lo mismo masificación de la
sexualidad que libertad sexual
- y, de paso, llevamos las ITS como si fueran
trofeos de guerra-
Nos decimos que por tres mujeres en el gobierno,
alguna de ellas lesbiana de closet, hay mujeres en el poder.
Más aún, pareciera que el movimiento lesbiano
tuviese por única demanda política que no le cierren el bar donde se amontonan
las jovencitas los domingos. Y en la miopía de los ejemplos anteriores nos
quedamos tomando una cervecita y mirando bailar a la de enfrente mientras nos
sonríe y el grupito de amigas compite con el grupito de al lado. Así, fuerzas
de lesbianas que podrían ser transformadoras, se convierten en
masas embrutecidas y nada más.
Son los negocios en general, bares, antros y
discotecas de la Mercantilización de la Diversidad Sexual
medios efectivos de despolitización al servicio del orden actual. Si fuesen
contestatarios o su existencia tuviera un peso político de importancia, como
los empresarios pretenden hacernos creer; entonces serían perseguidos y no tan
fácilmente existirían en numero creciente, como ocurre. Aclaremos: el mercado
rosa tiene un peso pero económico y su interés político no es de transformación.
Si existiese un cambio político, jurídico y social. Ya no serían necesarios
bares, viajes turísticos, revistas especializadas, ni lugares sólo de ambiente.
Terminada la necesidad de sitios exclusivos rosas, se acaba la gallina de los
huevos de oro. Por ello estas empresas son, sirviendo a sus propios intereses,
un medio efectivo de control y nada más.
No se trata de censurar a nadie ni de erigirse
en las guardianas de la moral y las buenas costumbres. Es cuestión de
ética, rebeldía y el sueño de nuevas costumbres en donde el alcoholismo, la
drogadicción, las infecciones de transmisión sexual y la apatía política no
fuesen una realidad cotidiana que le pasa a muchas de nosotras. Es posible, muy
posible que sea de otra forma. Si las lesbianas somos humanas capaces de haber
roto con la orden de heterosexualidad que se nos dio desde niñas y nos
atrevimos a amar y a erotizar a nuestra manera y desde otros principios.
Por qué no habríamos de atrevernos a arrebatarle nuestro espacio lúdico y de encuentro
al orden existente que nos somete.
Hagamos un día de campo con manzanas y
comida deliciosa hecha en casa, reunamos a 200 lesbianas para pintar un mural
que hable de nosotras, lancemos globos al cielo desde un árbol nada más por la
alegría de encontrarnos y hacer cosas y estar vivas, llevemos a nuestros hijos
e hijas de paseo todos juntos para ir retomando las conciencias colectivas,
construyamos una escuela rural entre todas, vayamos a nadar, alfabetizar unas a otras, hay que enseñarnos unas a otras a arreglar autos, computadoras, qué se yo. Es
posible, lo sé, encontrarnos, construirnos, crear identidad desde una historia
distinta a la ya contada, desde una historia escrita a nuestra propia tinta.
¿Por qué no atrevernos?
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