MEDICINA DE MUJER
OVARIMONIA
Patricia Karina Vergara Sánchez
© Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
DOCUMENTOS DE PENSAMIENTO LESBOFEMINISTA
Cuando quiero decir lo que miro en mi realidad cotidiana, me busco en un lugar distinto. Yo que hablo una lengua de mujer, nos reconozco, me reconozco en la ovarimonia, en la palabra dada por las mujeres a partir de la experiencia que pasa por nuestras cuerpas y desde nuestros pensamientos y ejercicios reflexivos, aquella que no necesita ser validada desde la lógica y la razón que rigen hoy a un sistema mundo que no es nuestro.
miércoles, 14 de abril de 2021
SWAPAJTI
miércoles, 1 de mayo de 2019
TRABAJAR EL HOGAR
-El desentendimiento de tu propia mugre significa explotación-
(Reflexiones desde el 1 de mayo de 2019, Día del Trabajo)
Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
REFERENCIAS
Barrantes, Emilio. (1998). “Breve historia del Fuego” en En torno a la naturaleza, la sociedad y la cultura. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Perú.
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación [Conapred], (2015). “El trabajo doméstico. Análisis y estudios cuantitativos sobre las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas”. México.
Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], (2018). Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Primer trimestre de 2018. México.
Vergara-Sánchez, Karina. (2015). Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo. Recuperado el 13 de marzo de 2017 en http://ovarimonia.blogspot.mx/
Wittig, Monique (2006). No se nace mujer. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, EGALES. Madrid.
[1] Concepto acuñado por Monique Wittig en “El pensamiento heterosexual escrito en 1978. en donde muestra que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad normando y controlando las sociedades contemporáneas, por lo tanto, su poder es político (Wittig, 2006).
[2] Conceptualizo la “presunta capacidad paridora” (Vergara, 2015) refiriéndome a que sobre, prácticamente, todos los cuerpos que nacen con vulva, la lectura social presupone que tendrán la capacidad de engendrar y parir al crecer, por lo que socialmente se les proyecta el destino de madres. Se trata de cuerpos de mujer sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico patriarcal. Aún en el caso de que no pueda o no decida ejercer la capacidad paridora o que sus condiciones físicas, incluso el avance de la edad, le impidan hacerlo, igualmente, se le exigirá que cumpla los mandatos asignados a su cuerpo de mujer, sirviendo y cuidando, pues dichos mandatos fueron construidos sobre la “presunción” de la capacidad de parir, si no lo hace o no puede hacerlo, de todos modos, no puede librarse del resto de los mandatos de la socialización como mujer.
[3] En México el 90% de 2.3 millones de trabajadoras del hogar son mujeres (INEGI, 2018).
[4] La CONAPRED en 2015, señalaba que 1 de cada 5 trabajadoras del hogar, comenzada entre los 10 y 15 años de edad.
(Reflexiones desde el 1 de mayo de 2019, Día del Trabajo)
Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
“Hogar” es una palabra que etimológicamente viene de focus y de fogar -del fuego, del lugar en donde se prepara el fuego, el fogón-. Para las primeras organizaciones sociales humanas, el lugar del fuego, donde se encendía y se mantenía vivo, era el centro de la vida colectiva. En donde se cocinaba, en donde se ritualizaba, en donde se estaba a salvo, en donde se recibía calor y en la reunión en torno al hogar se decidía qué era lo más conveniente para el destino de todos. Por ello, el hogar era el sitio en donde se organizaban las formas de mantener la continuidad de la vida de los sujetos.
Conforme se han transformado las sociedades y los medios de producción, se han modificado las formas de vida y la organización de las comunidades. Sin embargo, una constante ha sido la necesidad de un hogar, un centro común en donde se produce fuego y se cocina para alimentar a los individuos. Con el transcurrir del tiempo, se extendió la noción de “hogar” a todo lo que le correspondía contextualmente, como el lugar de cobijo, de descanso, de alimento, en donde se guardan las posesiones y en donde se convive con las personas con quienes se comparte la lucha por la sobrevivencia cotidiana.
En el imaginario colectivo del siglo XXI en el lado occidentalizado del mundo, el hogar es el lugar físico, una casa, en donde una familia heterosexual y monógama se refugia, se alimenta y retoma fuerza para salir cotidianamente a participar en el mercado de la producción, si se es adulta (o) o a la formación escolarizada requerida para participar en el futuro en el mercado de la producción, si se es un o una infante.
Es por ello, que la noción de “hogar” en este sistema de producción es de una relevancia política-económica innegable, ya que hace referencia al lugar en donde se hace carne y vivencia concreta el régimen heterosexual[1], (que un hombre y una mujer no consanguíneos habiten en un mismo espacio para cumplir funciones socialmente necesarias), lo que, a su vez, permite la reproducción de aquellas y aquellos que participan en el sistema mismo de producción y mercado de lo producido (Vergara, 2015).
Quien cuidaba y alimentaba el hogar, como centro de fuego, en las primeras organizaciones humanas, tenía un lugar social preponderante, pues de su labor dependía el bienestar de la comunidad entera y era un papel venerable el de quien se relacionaba con el fuego (Barrantes, 1998). Aún hay vestigios en el mundo de esa función sagrada; en la India, el brahmán cuida del hogar y alimenta la llama con leña especial; las historias griegas de Prometeo disputando el fuego, convierten en héroe a quien proporciona fuego a la humanidad; la tradición Meshica que indica que el abuelito fuego debe ser custodiado por los guerreros (hombres)…
Sin embargo, en la vida cotidiana, conforme las actividades sociales en el desarrollo de la humanidad se fueron diversificando, y el sistema de dominio patriarcal fue confinando a las mujeres a las labores de crianza, se fueron compaginando esas tareas con el mantenimiento del hogar y de todas las actividades de cuidado que alrededor de él se realizaban. De tal manera, porque era útil a la economía del patriarcado naciente, se consolidó y naturalizó la idea colectiva que asocia a aquellas que presuntamente tienen la capacidad de parir[2] con las labores de cuidado y todas aquellas que implican el mantenimiento del hogar. Así, por economía doméstica patriarcal, ideológicamente se asocia la palabra “mujer” a la palabra “madre” y a la palabra “hogar” como elementos de un mismo campo semántico.
Hoy, existe un mandato social construido para las mujeres a quienes se les asigna ser “el alma del hogar”. Es decir, se les obliga a hacerse cargo del cuidado y bienestar de los otros habitantes del mismo espacio de vivienda, independientemente de que ellas mismas participen o no en la producción de bienes y servicios de forma asalariada. Los mensajes mediáticos, familiares, escolares y religiosos refuerzan ese mandato.
Este coaccionar a las mujeres al servicio del hogar tiene por objetivo mantener el modo de vida contemporáneo, ya que esos cuidados y atenciones permiten el vestido, la alimentación y descanso que se transformarán en fuerza física y mental para que los sujetos puedan ser explotados en sus trabajos asalariados y, a su vez, produzcan ganancias y estas ganancias se conviertan en consumo y así se funcionalice y refuncionalice el capitalismo en el que hoy habitamos.
Lo que estoy recordándonos, es que la riqueza del mundo se sostiene en la explotación de los esfuerzos de los cuerpos y habilidades de las mujeres dentro del hogar. Que hay una serie de eventos que ocurren para que un potentado pague una suma descomunal para comprar un auto nuevo y que dicha serie de eventos tiene su punto de inicio en horas previas a comenzar el día, cuando alguna mujer, que no puede pagar el mismo auto, cosió un botón como último trabajo antes de ir a dormir para que estuviera listo y que alguien de su familia vistiera un uniforme de trabajo al día siguiente.
Aquí es necesario acotar que, si bien, todas las mujeres son explotadas en el mandato del cuidado del hogar, las tareas asignadas a las mujeres no son las mismas para todas. La clase, la raza, las posibilidades de desobediencia sexual, los contextos culturales y políticos concretos, crean diferencias importantes en la asignación de tareas. A algunas mujeres, los cuidados del hogar les implican recorrer kilómetros cargando cubetas de agua y brazos de leña y a otras, hacer labores administrativas y de coordinación del personal que tienen a su cargo para el cuidado de un hogar lujoso. Estas diferencias de asignación de labores no son poca cosa, pues significan privilegios, opciones de escapatoria distintas y relaciones de poder entre unas y otras.
Sin embargo, en todos los casos, esos trabajos de cuidados del hogar y en el hogar, serán, en un lugar inmediato, actos concretos desde la heterosexualidad obligatoria que a todas las mujeres confiere el amar y servir a los hombres con los que convive –esposo, amante, padre, hermano y otros-. En un segundo lugar, esos trabajos servirán a la forma de producción vigente y, en un sentido amplio, al sistema mundo patriarcal en sus engranajes económicos, políticos y sociales.
Considerando lo anterior, es necesario señalar que en las clases medias y altas, ya sea porque mujeres de contextos diversos son explotadas en espacios asalariados por muchas horas de tal modo que no pueden realizar las labores de limpieza en sus hogares, socialmente asignadas a ellas; porque otras, exigidas por su lugar de clase privilegiada tienen que hacer otras labores, más no las de limpieza o, porque, por alguna razón, no hay una mujer que se haga cargo -murió, enfermó, se fue, habitan sólo hombres-, se crean situaciones que implican que se necesite “contratar” a alguien para que se haga cargo del aspecto físico de la limpieza y cuidados de un hogar.
Hablar de “contratar” es un mero formulismo porque, de acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), en México hasta hace cuatro años, 96 de cada 100 trabajadoras del hogar no tenían contrato. Lo interesante de esta situación es que a quienes se “contrata” para ocuparse del hogar, es, en la mayoría de las ocasiones, a otras mujeres. Mujeres, porque en ese campo semántico del imaginario social, del que hablaba líneas arriba, son naturalmente, mujeres quienes saben/tienen que hacerse cargo[3].
Se paga –poco, siempre, muy poco, después de todo, “sólo” es hacer el aseo- a mujeres, generalmente a aquellas con necesidades económicas y vulnerabilidades de clase/raza/etnia, niñas muchas de ellas[4], para que se hagan cargo de las tareas más pesadas: de la limpieza de baños, escaleras, pisos, ventanas, habitaciones, cocinas, jardines; de limpiar manchas de excremento y excremento, vómitos y otros fluidos corporales; de lavar platos, paredes, cobijas, toallas, juguetes; de preparar alimentos; de cuidar menores; de cuidar animales; de vigilar la integridad de bienes, de cuidar personas…
Y no se paga, pero resulta parte de ese trabajo: el resguardo de la intimidad de quien le paga; la tolerancia a humores y sin sabores de quienes tienen un lugar de poder respecto a la trabajadora porque son, exactamente, quienes pagan; ser testigos silenciosos cuando hay situaciones de violencia; estar ellas mismas expuestas a acosos y violencias; correr riesgos de salud en el ejercicio de esos trabajos; el peligro de ser despedidas arbitrariamente, de ser acusadas de robo sin fundamentos, de discriminaciones racistas y clasistas; de no recibir un pago, de recibir un pago injusto no acordado...
Es decir, en este sistema de producción, se explota a mujeres -a cambio de un pago muy mínimo- a las que socialmente ya se les exige que hagan trabajo en su propio hogar, para hacer en otros hogares una serie de trabajos físicos, concretos, pesados, peligrosos, agotadores, que son socialmente invisibles porque nadie habla de ellos; que son secundarios porque a nadie le importan ni reconocen su realización y, sin embargo, son indispensables para hacer posible la vida contemporánea.
Una taza de baño se utiliza y nadie piensa en ella más de un segundo. Sólo cuando está sucia, el desagrado hace notar que no hubo quien la higienizara.
La ropa limpia, los platos en su lugar, la basura entregada al recolector… son trabajos que sólo cuando no se llevan a cabo entorpecen la vida cotidiana.
Esto es: para que un hombre de clase media consuma un producto en un centro comercial y con el consumo de ese producto genere riqueza al dueño de la empresa que lo comercializa, ese hombre tuvo que participar en el trabajo productivo para recibir un salario; para recibir ese salario, y que no lo despidieran, tuvo que asistir frecuentemente con la ropa adecuada, dormido y alimentado; para que eso sucediera, la mujer con la que convive preparaba la comida para toda la familia, como socialmente se espera de una señora de hogar, pero para que ella preparara la comida, después de su propia jornada en la producción, necesitó que otra mujer hiciera las labores más pesadas de la limpieza que le permitieran desenvolverse a la hora de cocinar.
De tal forma, esa mujer cambiando los pañales de un bebé que no es suyo en un hogar que no es “su” hogar, es la punta de la madeja de un tejido de eventos económicos, culturales, políticos y sociales que sostienen toda la estructura necesaria para que un hombre consuma un producto en el centro comercial, un escultor inaugure su obra o un legislador proponga una ley.
El capitalismo y el régimen heterosexual se sostienen en los trabajos y en la explotación de los cuerpos de las mujeres, con énfasis, sin duda, en la explotación de los cuerpos de aquellas a las que se les ofrece un pago por trabajar para sostener, literalmente, con sus manos, un hogar, las trabajadoras del hogar.
En este país, desde, al menos, hace más de 20 años, ellas están luchando por pagos más justos. En la actualidad, se debate por leyes que regulen sus salarios, por seguridad médica, vacaciones y aguinaldos que se cumplan. Incluso, están “atreviéndose” a mencionar pensiones para el retiro, opciones para vivienda… En pleno siglo XXI están pronunciándose por condiciones que deberían ser las mínimamente dignas para cualquier trabajadora-trabajador.
Lo que valdría la pena señalar es que el hecho de que el sistema mismo retarde, por siglos, o se niegue al reconocimiento y salario regulado del trabajo en el hogar, no es ningún olvido ni falta de visibilidad. Es un problema de orden económico y político.
Es que -tengo que insistir-, en toda forma de producción, pasada o venidera, el hogar tiene implicaciones económicas, dado que es el centro desde donde parte toda fuerza capaz de producir. Igualmente, a qué sujetos se les confiere el cuidado del hogar y la valoración de ese cuidado crea jerarquías sociales y, finalmente, de esta producción y de esas jerarquías sociales depositadas sobre cuerpos con presunta capacidad de parir, es que se organiza la vida en el mundo.
Regular los salarios y las condiciones laborales, le cuesta al sistema porque se niega a mermar sus ambiciosas ganancias, pero, además, corre el peligro de que la discusión sobre la “justicia” en las tarifas de salarios, implicarían el reconocimiento explícito de la cualidad indispensable del trabajo del hogar para la economía capitalista toda. No, no es accidente u olvido, es de intereses internacionales que se insista en negar o buscar invisibilizar esa dimensión.
Es por todo ello que una primera tarea urgente es solidarizarse y acompañar la digna y justa lucha de las trabajadoras asalariadas del hogar.
De forma concomitante, una segunda tarea, urgente también, es politizar todo aquello que tiene que ver con la vida reproductiva. El lavado, la limpieza, el orden, la preparación de alimentos, el cuidado de las personas dependientes y las implicaciones de dominación en la realización de cada una de estas tareas. Una respuesta politizada, por lo tanto, significaría dimensionar la propia responsabilidad de cada individuo sobre su cuidado y el de otros, el aseo y huella de existencia cotidiana sin depositarla en la otra.
Sin embargo, aquellos que son privilegiados por el sistema, no necesitan ni quieren y se oponen a reconocer la forma en que el desentendimiento respecto a su propia mugre significa explotación –de forma asalariada y no- porque el sistema mismo, históricamente, se sostiene en esa explotación.
La pregunta obligada entonces es, si las cifras y estadísticas nos dicen qué cuerpos son los explotados en el trabajo del hogar, cuánta desigualdad económica y social genera esa explotación, cuánta vulnerabilidad y violencia devienen de esa injusticia y, paradójicamente, sabemos también que así se genera la riqueza en el mundo:
¿Cuándo las mujeres haremos la huelga/paro/rebelión permanente de brazos, de cuidados, de sexualidad, de afectos, de servicios y vamos a darle la vuelta al estado de las cosas para dejar de sostener con nuestros trabajos-cuerpos la riqueza y el bienestar de los otros?
REFERENCIAS
Barrantes, Emilio. (1998). “Breve historia del Fuego” en En torno a la naturaleza, la sociedad y la cultura. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Perú.
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación [Conapred], (2015). “El trabajo doméstico. Análisis y estudios cuantitativos sobre las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas”. México.
Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], (2018). Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Primer trimestre de 2018. México.
Vergara-Sánchez, Karina. (2015). Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo. Recuperado el 13 de marzo de 2017 en http://ovarimonia.blogspot.mx/
Wittig, Monique (2006). No se nace mujer. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, EGALES. Madrid.
[1] Concepto acuñado por Monique Wittig en “El pensamiento heterosexual escrito en 1978. en donde muestra que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad normando y controlando las sociedades contemporáneas, por lo tanto, su poder es político (Wittig, 2006).
[2] Conceptualizo la “presunta capacidad paridora” (Vergara, 2015) refiriéndome a que sobre, prácticamente, todos los cuerpos que nacen con vulva, la lectura social presupone que tendrán la capacidad de engendrar y parir al crecer, por lo que socialmente se les proyecta el destino de madres. Se trata de cuerpos de mujer sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico patriarcal. Aún en el caso de que no pueda o no decida ejercer la capacidad paridora o que sus condiciones físicas, incluso el avance de la edad, le impidan hacerlo, igualmente, se le exigirá que cumpla los mandatos asignados a su cuerpo de mujer, sirviendo y cuidando, pues dichos mandatos fueron construidos sobre la “presunción” de la capacidad de parir, si no lo hace o no puede hacerlo, de todos modos, no puede librarse del resto de los mandatos de la socialización como mujer.
[3] En México el 90% de 2.3 millones de trabajadoras del hogar son mujeres (INEGI, 2018).
[4] La CONAPRED en 2015, señalaba que 1 de cada 5 trabajadoras del hogar, comenzada entre los 10 y 15 años de edad.
miércoles, 13 de marzo de 2019
¿EN DÓNDE ESTÁ EL PATRIARCADO?
Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
Cuando decimos patriarcado/heteropatriarcado, estamos refiriéndonos a un sistema de relaciones sociales, económicas, políticas, culturales y sexuales que mantiene el dominio de los hombres sobre las mujeres, sobre todos los seres vivos y sobre los recursos de la tierra de forma institucionalizada. Es una abstracción sobre la manera en que hoy está organizado este planeta. Sin embargo, esta explicación abstracta no quiere decir que el heteropatriarcado sea solamente una idea abstracta por sí mismo, ni támpoco es un ente etéreo que rodea a la humanidad y existe de forma autónoma.
El patriarcado ocurre porque hay una estructura social asentada sobre él y se hace carne y palabras, ideas y actos concretos en la vida y en la organización de la vida de las personas. Se materializa a partir de cuerpos humanos y los actos que llevan a cabo. Son personas con rostro y nombre. Es necesario señalar que, aun cuando, como todos y todas, están sujetos a los mandatos y exigencias de este sistema, quienes realizan al patriarcado reciben beneficios de ello, ya sea porque mantienen sus privilegios, porque obtienen mayor poder y riqueza o porque les genera placer imponerse sobre otras. Por lo tanto, son responsables de esa realización.
Entonces, cuando hay quienes escriben o dicen que la lucha no es “contra los hombres” que es “en contra del patriarcado”; cuando hay quienes exigen que no se denuncie a agresores o agresoras, porque “el verdadero enemigo es el patriarcado” o, incluso, tratan de distraernos para que miremos hacia otro lado, insistiendo desde las colectividades en que “el verdadero enemigo está afuera”, ¿afuera de dónde? Lo que están pretendiendo es distraernos al mandarnos a cazar una nube gris inasible, al ente etéreo. No hay un “adentro” en donde estemos a salvo, negarlo, pretender cegarnos, es servirle al patriarcado mismo.
El patriarcado está encarnado en los hombres que son dueños de la tierra y los bienes del mundo y todos ellos tienen nombres y rostros.
Se hace cuerpo en políticos, empresarios, narcos, militares, secuestradores, proxenetas y todos aquellos que sostienen la injusta distribución de la riqueza y todas las formas de injusticia social.
Es cada uno de los feminicidas y asesinos de personas empobrecidas, racializadas, de pequeñas y de pequeños.
Es cada uno de los que lucran con el dolor de todas nosotras.
El patriarcado tiene el rostro, la voz, las manos y los penes de cada uno de los que nos insulta, acosa, nos toca, viola.
También, son los que tratan de silenciarnos cuando nosotras hablamos de nuestros propios cuerpos, procesos fisiológicos, de nosotras o entre nosotras, para que no podamos autoreconocernos ni encontrarnos.
Así mismo, son todos aquellos que no nos dejan movernos, trabajar, estar en los espacios políticos, públicos o en nuestros hogares sin imponernos sus violencias.
El patriarcado es, también, aquél que se apropia de los pensamientos, escritura, debates y de la cultura de las feministas y lucra en términos económicos, de recepción de servicios y/o de prestigio social con saberes que no son más que extractivismo de los saberes de las mujeres
Igualmente, es aquél que utiliza el amor y la ternura para obtener servicios, cuidados y sexo de una o de muchas mujeres, que le sirven en nombre de ese amor y de esa ternura.
Son todos aquellos que venden y consumen en las múltiples formas de comercio que hoy existen, a trozos, los cuerpos, el sufrimiento y los productos de los cuerpos de las mujeres.
En una línea paralela, el hacer de esos hombres en el patriarcado está sostenido y se mantiene gracias al incansable trabajo de las mujeres ambiciosas de la aprobación masculina que deciden servirles a ellos antes que mirarse en el espejo de un “nosotras”.
Las empresarias, las políticas al servicio del líder del partido, las policías, las militares, las narcotraficantes, las secuestradoras y todas aquellas que mantienen y participan de la injusta distribución de la riqueza y todas las formas de injusticia social.
Las académicas y las autoridades morales y legales que discursan para justificar/ proteger agresores o para distraernos y/o exigirnos que no les pongamos nombre y rostro.
Aquellas mujeres que deciden poner su propio cuerpo y acciones para defender a los denunciados de acoso y/o de violencias.
Las que repiten los ejercicios colonizantes, racistas y extractivistas sobre otras.
Aquellas que son esbirras de otras mujeres y hombres en el poder, por el puro placer de servir a la hegemonía, y se ocupan de acosar, silenciar, acusar de violentas, negar o perseguir a quienes se niegan a servirles a ellos, esbozan cuestionamientos, disienten o deciden hacer las cosas de otra forma.
Son todas aquellas que funcionalizan la venta y consumo en las múltiples formas de comercio que hoy existen de los cuerpos, del dolor y de los productos de los cuerpos de las mujeres.
Eso, y más, es el patriarcado ejercido por hombres y sostenido por mujeres. Reitero: conocemos sus rostros, sus nombres, salen en las noticias y obtienen medallas, dinero y reconocimientos.
Antes de que alguien argumente diciendo que el patriarcado, entonces, estaría en hombres y mujeres, voy a insistir:
Hay quienes ejercen, ostentan privilegios y se benefician del dominio masculino: son los hombres; hay quienes ayudan a sostener ese dominio, ya sea obteniendo migajas de poder al esforzarse por recibir la aprobación masculina o desde el terror y el mandato de servicio introyectados, que son cadenas muy difíciles de romper, y quien lo hace son algunas, muchas, mujeres.
Entonces, no voy a diluir el señalamiento que hago, con aquella estrategia posmo en donde se dice que: “todos somos algo”. Porque sé que no faltará quien enuncie que, al final, el patriarcado está entre todos y todas, porque todas también nos hemos formado en él, por lo tanto “todas somos el patriarcado”. Por el contrario, afirmo que ese discurso es una falacia, una estrategia para invisibilizar y negar las relaciones de poder existentes. Estamos dentro del sistema heteropatriarcal pero es distinto ser el que domina que la que obedece, que aquella que se rebela o la que trata de sobrevivir siendo dominada.
Por supuesto, tenemos gestos misóginos aprendidos en el patriarcado, los tenemos la mayoría de las mujeres. Se me ocurre, por ejemplo, el competir con la otra o el actuar desde prejuicios. Sin embargo, no es lo mismo, ni implica partir del mismo lugar de poder que cuando se es la servidora del sistema protegiendo al violador o cuando se ganan miles en euros por hacer política desde una “perspectiva de género” que le sirve al Estado para curarse en salud diciendo que atiende los “temas de las mujeres”, mientras permite y estimula a que asesinen a una de nosotras cada tres horas y, támpoco, es lo mismo que ser aquella violentadora que ha tratado de prenderle fuego a su compañera.
Mucho menos, vivir en el patriarcado y tener gestos patriarcales es lo mismo que ser el violador o el líder de Estado o el tipo que se beneficia del trabajo de “su” mujer.
Así que no, la lucha no es contra un patriarcado como fantasma inasible moviendo los hilos del funcionamiento de las instituciones. La lucha es en contra de esos hombres que se sirven de esas instituciones, es en contra de quienes nos están explotando, torturando y asesinando y la lucha, también, se hace señalando a aquellas que son violentadoras y a aquellas que son leales y funcionales a los tiranos.
El patriarcado está encarnado en los hombres y necesitamos poder verlo y que las nuestras lo sepan ver, porque nos va la vida en ello.
miércoles, 9 de enero de 2019
¿POR QUÉ Y PARA QUÉ LUCHAMOS LAS LESBOFEMINISTAS?
Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
En mi país, en México, cada tres horas, en promedio, es asesinada una mujer, una anciana o una niña. Los asesinatos cada día son cometidos con más crueldad y con formas de tortura inimaginables.
Esos ocho asesinatos diarios son sólo el registro oficial de los feminicidios cometidos, aunque hay cifras no oficiales más alarmantes. Aunado a ello, es preciso considerar el padecimiento de otras que sobreviven a los intentos de sus asesinos, y que en numerosas ocasiones quedan con distintos grados de secuelas a partir de la agresión, que van desde el estrés postraumático hasta heridas, lesiones físicas y deformidades permanentes.
Igualmente, hay mujeres diariamente sustraídas para ser víctimas de trata, en México casi 20 mil niñas al año; hay otras padeciendo violaciones dentro y fuera de sus casas; hay quienes reciben múltiples formas de violencia de sus esposos, novios y familiares; todos los días millones de mujeres son acosadas a diario en las calles, los trabajos, las escuelas, en todo sitio.
Esto, por señalar sólo algunas de las formas de violencia cotidiana y actual en contra de las mujeres en general.
Una pregunta constante entre quienes damos cuenta de estos fenómenos de violencia acrecentada contra las mujeres, es el cómo detenerlo. Primero, creo que es importante, para pensar en cómo detener un fenómeno, pensar en cuál es su origen, ¿por qué sucede esto?, ¿cómo llegamos como humanidad a este punto?
Aquí, las reflexiones que hemos hecho colectiva e intergeneracionalmente las lesbianas desde el feminismo, nos permiten explicarnos algunos elementos presentes en casi todos los sistemas de producción que se han construido en el mundo bajo el patriarcado:
1.- Observamos que en cada bebé que al nacer, o en un ultrasonido, se observa que tiene una vulva entre las piernas, se predice socialmente que va a poder ser madre algún día, que tiene la capacidad de parir (presunta capacidad paridora, le llamamos nosotras).
2.- Sobre esa bebé con vulva, de inmediato, se empieza una rígida, constante e interminable educación para que sea todo lo “femenina” que se espera de alguien que dará hijos al mundo. Se le enseña a ser cuidadora, atenta, servicial, a saber cómo atender la mesa, lavar los platos, verse siempre linda, ser agradable… Es decir, se le enseñan todas las labores de cuidado y servicio que ella deberá hacer toda la vida. Independientemente de si estudia o trabaja, la sociedad le exigirá dobles jornadas de trabajo porque toda aquella nacida con vulva debe cumplir una cuota de cuidados y servicios como parte de su papel asignado como mujer en esta sociedad.
3.- Sobre todas las cosas, se le enseñará que su realización como persona estará en ser amada por un hombre, escogida, reconocida por un hombre y, de preferencia, darle hijos a ese hombre y cuidárselos. Así, la vida en interdependencia con los hombres dará lugar a la forma de organización en nuestras sociedades donde el adulto y la adulta producirán y enseñaran a los más pequeños y pequeñas el modo de vivir y de producir y sobre las mujeres se asentará la exigencia de cumplir labores que resolverán las necesidades para mantener-reproducir la vida: comida, limpieza, abrigo y atenciones.
4.- Actualmente, hay variantes en el acceso a la educación, en la cantidad de hombres con los que una mujer se relaciona en su vida, con la elección de tener hijos o no, con la repartición de labores domésticas. Sin embargo, en este año, 2018, en la mayor parte del mundo, se sigue exigiendo a las mujeres el trabajo doméstico y los servicios y cuidados a los otros, con gran sanción social para aquellas que son desobedientes o “egoístas” en la dedicación de su tiempo para servir a los demás.
5.- Todo el trabajo de cuidados y de servicios, realizados por las mujeres, permite funcionar la economía y el tejido social. No hay quien pueda salir a cumplir sus labores de trabajo o de intereses sociales, si no hay lavado, comida preparada y descanso. Como he señalado arriba, la satisfacción de estas necesidades mayoritariamente descansa en los cuerpos de las mujeres. Esto quiere decir que el sistema económico, social y cultural no funciona sin el trabajo gratuito y obligatorio de las mujeres.
6.- Este análisis, principalmente materialista, muestra cómo desde la preparación del nacimiento de aquella que tiene una vulva entre las piernas y se presupone que tiene un útero, se crean todas las condiciones y artificios para educarla en un modo de pensamiento en donde su lugar en el mundo estará dictado en relación con su capacidad de servicio, de cuidado, de procrear y de ser para otros, en las particularidades dictadas por su lugar de clase económica, el color de su piel y el entorno en que se desenvuelve. Esta construcción de trabajadora sin salario y conforme, hasta orgullosa de ese trabajo, es indispensable para que pueda seguir siendo explotada y siendo el pilar del sistema en el que habita.
7.- La consecuencia de esta construcción de las mujeres en una “clase” o “categoría”, algunas hasta la han llamado “casta”, cuyo tiempo, trabajo y capacidades intelectuales son explotados para mantener en funcionamiento los engranajes del sistema, es un desequilibrio de poder tanto económico como simbólico y político, entre otros, que la dejan en desventaja respecto a la clase, categoría o casta que se beneficia de esa explotación, los hombres. Entonces, de forma paralela es explotada, pero menospreciado su trabajo e invisibilizado y, para que este desprecio sea posible, es necesario que sea vista como subalterna, inferiorizada y susceptible de ser utilizada ella misma como objeto y hasta como mercancía, lo cual se vuelve más complejo en un mundo como el que hoy habitamos en donde el capitalismo salvaje nos hace creer que hasta la vida humana puede tener un precio. Es en este lugar donde nuestros cuerpos y vidas se tornan, vendibles, intercambiables, torturables, asesinables y desechables. Es decir, las múltiples formas de explotación de las mujeres, de horror y muerte no son sucesos individuales que les pasan a muchas de nosotras, son parte de un sistema que nos ha hecho ver como natural nuestra explotación y más recientemente trata de naturalizar la venta de nuestros cuerpos, hijas e hijos, vidas, esclavitudes y sufrimiento.
Ante este panorama, algunas mujeres se han planteado disputar el poder. Crear leyes, protocolos, “empoderamientos” en feminización de las empresas o colarse en los sistemas de gobierno. No me detendré ahondando en esta estrategia, sólo traeré al respecto la contundente consigna de Audrey Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”.
Las lesbofeministas, en cambio, lo que planteamos es dar una vuelta de 180 grados a la propuesta civilizatoria contemporánea, a los sistemas económicos, políticos y sociales. Resistir a la opresión sin convertirnos en opresoras. Desobedecer el servicio y la existencia para otros y hacer la gran rebelión: Mirarnos unas a otras y aliarnos entre nosotras. Amarnos entre nosotras. Negarnos a darle nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, nuestro afecto, nuestras crías, nuestros servicios y cuidados a la clase que nos ha explotado históricamente y construir, primero, lugares de resistencia y cuidados y acompañamientos recíprocos entre nosotras.
Separarnos del régimen político que nos ha tratado de convencer que somos en complementariedad biológica con el otro, negarnos a la heterosexualidad obligatoria.
Hay quienes tratan de denostar el proyecto político lesbofeminista, con ridiculizaciones en donde nos mandan a una isla lésbica sin contacto con el mundo. Nuestra apuesta es peor: No dejaremos de existir ni estar en el mundo que nos merecemos y que es nuestro a partir de todo lo que históricamente se nos adeuda, es la clase hoy explotadora la que tendrá que hacerse cargo de su propia existencia sin nuestra servidumbre. Allá verán ellos cómo resolverlo.
Nosotras tenemos temas más urgentes que atender, como lo que concierne a la conservación del planeta, a la libertad y fortalecimiento de nosotras y de nuestros modos de organizarnos, a la crianza de las niñas en otra munda posible.
Tengo muy poco espacio asignado en esta publicación para compartir en este muy breve resumen del análisis y de la utopía de las “nosotras”. Sin embargo, me gustaría finalizar señalando que la apuesta lesbofeminista tiene apenas algo más de 40 años de existencia -un soplo apenas en las medidas de tiempo histórico- y, sin embargo, somos una poderosa fuerza que interpela, lo cual implica que hay un futuro que estamos sembrando ahora.
Si eres mujer y te interesa soñar y actuar con nosotras, acércate estamos en permanente resistencia alegre, poderosa y acompañada.
¿Para qué lucha el lesbofeminismo?
Para hacer posible la rebelión de las esclavas, porque nos queremos vivas y nos queremos libres
*(Tomado de "Lesbofeminismo para qué", publicación lesbofeminista de 2018 que puede ser encontrada gratuitamente en la red")
EN PORTUGUÉS
EN PORTUGUÉS
PORQUE E PARA QUE LUTAMOS AS LESBOFEMINISTAS?
Patricia Karina Vergara Sánchez
(Traducción de Lara Larisa)
Em meu país, no México, cada três horas, em média, é assassinada uma mulher, uma anciã ou uma menina. Os assassinatos cada dia são cometidos com mais crueldade e com formas de tortura inimagináveis.
Esses oito assassinatos diários são só o registro oficial dos feminicídios cometidos, ainda que haja cifras não oficiais mais alarmantes. Aliado a isso, é preciso considerar o padecimento das outras que sobrevivem as tentativas de seus assassinos, e que em numerosas ocasiões ficam com distintos graus de sequelas a partir da agressão, que vão desde o estresse pós-traumático até feridas, lesões físicas e deformidades permanentes.
Igualmente, há mulheres diariamente subtraídas para ser vítimas do tráfico, no México quase 20 mil meninas por ano; há outras padecendo violações dentro e fora de suas casas; há aquelas que recebem múltiplas formas de violência de seus esposos, noivos e familiares. Todos os dias milhares de mulheres são assediadas nas ruas, nos trabalhos, nas escolas, em toda parte.
Isto, para assinalar somente algumas das formas de violência cotidiana e atual contra as mulheres em geral.
Uma pergunta constante entre quem nos damos conta destes fenômenos de violência que aumenta contra as mulheres, que sabemos que não é apenas no México, é como dete-los? Primeiro, creio que é importante, para pensar em como deter um fenômeno, pensar em qual é sua origem, porque acontece isso? Como chegamos como humanidade a este ponto?
Aqui, as reflexões que temos feito coletiva e intergeracionalmente as lésbicas a partir do feminismo, nos permitem explicarmos alguns elementos presentes em quase todos os sistemas de produção que se tem construído no mundo sob o patriarcado:
1) Observamos que em cada bebe que ao nascer, ou no ultrassom, se observa que tem uma vulva entre as pernas, se prediz socialmente que vai poder ser mãe algum dia, que tem a capacidade de parir (eu chamo “presumida capacidade paridora”).
2) Sobre esse bebe com vulva, de imediato, se começa uma rígida, constante e interminável educação para que seja toda a “feminina” que se espera de alguém que dará filhos ao mundo. Se ensina a ela a ser cuidadora, atenta, serviçal, a saber como atender a mesa, lavar os pratos, se ver sempre linda, ser agradável... É dizer, se ensinam a ela todas os labores de cuidado e serviço que ela deverá fazer toda a vida. Independentemente se estuda ou trabalha, a sociedade exigirá duplas jornadas de trabalho porque toda aquela nascida com vulva deve cumprir uma cota de cuidados e serviços como parte de seu papel atribuído como mulher nesta sociedade.
3) Sobre todas as coisas, se ensinará que sua realização como pessoa estará em ser amada por um homem, escolhida, reconhecida por um homem e, de preferencia, lhe dar filhos a esse homem e cuidar deles. Assim, a vida em interdependência com os homens dará lugar a forma de organização em nossas sociedades, onde o adulto e a adulta produzirão e ensinarão aos e às menores o modo de viver e de produzir. Ao mesmo tempo, sobre as mulheres em particular se assentará a exigência de cumprir labores que resolverão as necessidades para manter-reproduzir a vida: comida, limpeza, abrigo e atenções.
4) Atualmente, há variantes no acesso a educação, na quantidade de homens com os que uma mulher se relaciona em sua vida, com a eleição de ter filhos ou não, com a divisão dos trabalhos domésticos. Sem duvida, neste ano, 2018, na maior parte do mundo, segue-se exigindo as mulheres a maior carga de trabalho domestico e de serviços e cuidados aos outros, com grande sanção social para aquelas que são desobedientes ou ‘egoístas’ na dedicação de seu tempo para servir aos demais.
5) Todo o trabalho de cuidados e de serviços, realizados por mulheres, permite funcionar a economia e o tecido social. Não há quem possa sair a cumprir seus labores de trabalho ou de interesses sociais se não houver lavado, comida preparada e descanso. Como assinalei acima, a satisfação dessas necessidades majoritariamente descansa nos corpos das mulheres. Isso quer dizer que o sistema econômico, social e cultural não funciona sem o trabalho gratuito e obrigatório das mulheres.
6) Esta análise mostra como desde a preparação do nascimento daquela que tem uma vulva entre as pernas e se pressupõe que tem um útero, se criam todas as condições e artifícios para educa-la num modo de pensamento onde seu lugar no mundo estará ditado em relação com sua capacidade de serviço, de cuidado, de procriar, de ser para outros e de amar e desejar sexualmente aos homens. Tudo isso condicionado nas particularidades ditadas por seu lugar de classe econômica, a cor da sua pele e o entorno em que se desenvolve. Esta construção de trabalhadora sem salario e conforme, até orgulhosa desse trabalho, é indispensável para que possa seguir sendo explorada e sendo o pilar do sistema no qual habita.
7) A consequência desta construção das mulheres em uma ‘classe’ ou ‘categoria’ – algumas ate a tem chamado ‘casta’, cujo tempo, trabalho e capacidades intelectuais são explorados para manter em funcionamento as engrenagens do sistema – é um desequilíbrio de poder tanto econômico como simbólico e político, entre outros, que a deixam em desvantagem a respeito da classe, categoria ou casta que se beneficia desta exploração, os homens. Então, de forma paralela é explorada, mas menosprezado seu trabalho e invisibilizado e, para que este desprezo seja possível, é necessário que seja vista como subalterna, inferiorizada e suscetível de ser utilizada ela mesma como objeto e ate como mercadoria, a qual se volta mais complexa num mundo como o que hoje habitamos onde o capitalismo selvagem nos faz crer que até a vida humana pode ter um preço. Neste lugar onde nossos corpos e vidas se tornam, vendíveis, intercambiáveis, torturáveis, assassináveis e descartáveis. É dizer, as múltiplas formas de exploração das mulheres, de horror e morte, não são sucessos individuais que passam a muitas de nós, são parte de um sistema que nos tem feito ver como natural nossa exploração e que constantemente trata de naturalizar a venda de nossos corpos, filhas e filhos, vidas, escravidões e sofrimento.
Diante desse panorama, algumas mulheres se te levantado a disputar o poder. Criar leis, protocolos, “empoderamentos” na feminização das empresas ou colar-se nos sistemas de governo. Não me deterei abordando esta estratégia, somente trarei a respeito a contundente expressão de Audre Lorde: ‘as ferramentas do senhor nunca desmontarão a casa do senhor’.
As lesbofeministas, em diferença, o que levantamos é dar uma volta de 180 graus a proposta civilizatória contemporânea, aos sistemas econômicos, políticos e sociais.
Resistir a opressão sem converter-nos em opressoras. Desobedecer o serviço e a existência para outros e fazer a grande rebelião: olharmos umas as outras e aliar-nos entre nos mesmas. Negar-nos a dar-lhes nosso corpo, nossa sexualidade, nosso afeto, nossas crias, nossos serviços e cuidados a classe que nos tem explorado historicamente e construir, primeiro, lugares de resistência e cuidados e acompanhamentos recíprocos entre nós mesmas.
Ser ‘separatistas’ é separar-nos, desemaranhar-nos do regime politico que nos tem tratado de convencer que somos em complementaridade biológica com o outro, negar-nos a heterossexualidade obrigatória.
Há quem trate de insultar o projeto politico lesbofeminista, com ridicularizações onde nos mandam a uma ilha lésbica sem contato com o mundo. Nossa aposta é pior do que isso, muito pior: Não deixaremos de existir nem estar no mundo que merecemos e que é nosso a partir de tudo o que historicamente nos é devido, é a classe hoje exploradora que terá que dar conta de sua própria existência sem nossa servidão. Lá verão eles como resolve-lo.
Nos temos temas mais urgentes que atender, como o que concerne a conservação do planeta, a liberdade e fortalecimento de nós mesmas e de nossos modos de organizarmos, a criança das meninas em uma outra munda possível.
Tenho muito pouco espaço atribuído nesta publicação para compartilhar neste muito breve resumo da analise e da utopia de nos mesmas. Sem duvida, gostaria de finalizar assinalando que a aposta lesbofeminista tem apenas algo mais de 40 anos de existência – um sopro apenas nas medidas do tempo histórico – e, sem duvida, somos uma poderosa força que interpela, o que implica que há um futuro que estamos semeando agora.
Se é mulher e te interessa sonhar e atuar conosco, aproxima-te, estamos em resistência permanente, alegre, poderosa e acompanhada.
Para que luta o lesbofeminismo?
Para fazer possível a grande revolução indispensável nesta era, porque nos queremos vivas e nos queremos livres ▼
jueves, 5 de julio de 2018
LA NUEVA ERA
(Cuento breve)
Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Por Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@gmail.com
Pues, mire joven. Me da gusto que me pregunte porque, a mi edad, he visto de todo y sí, sí le contesto sus dos preguntas.
Los reyes, reyes, siempre hemos sido, no lo dude.
En esa época, también éramos unos chingones. Teníamos todo tipo de servidoras. Las del trabajo “pesado”, esas limpiaban todo, cuidaban a los hijos, les enseñaban lo que había que hacer a diario, entrenaban a las servidoras más chicas. Nos atendían muy bien. Siempre: “Papito, mi rey, qué se te ofrece, te amo”. Cuidaban nuestras propiedades, algunas hasta las administraban. Claro, pero las ganancias, siempre iban para nuestros bolsillos, atienda eso, joven. A algunas les pagábamos un salario, otras nada más conque les diéramos techo y les dijéramos que también las queríamos, con eso hacían de todo, mi buen amigo, de todo.
Las más ambiciosillas, se les notaba, querían ser como uno. A esas las dejábamos estudiar y les permitíamos trabajar a nuestro lado. Obviamente no les pagábamos lo mismo que a uno de nosotros, pero bien que rendían, eran leales, eficientes, comprometidas, hacían un montón de trabajo para demostrar que eran como uno. Las dejábamos perseguir el señuelo, sonreíamos por detrás: nunca tendrían el lugar de uno.
También había las servidoras de lujo. Esas eran para mostrar, para competir entre nosotros quién traía las más vistosas, las más chulas, las adornábamos con joyas, las presumíamos con ropas finas, las paseábamos y las intercambiábamos entre nosotros. Era más alegre que comerciar automóviles o casas, ellas se reían y nos atendían. Lo que duraban esas jovencitas, se disfrutaban bonito, de veras.
Lo chingón, chingón, es que a todas las servidoras nos las podíamos coger. Estaban a nuestro servicio sexual, con uno o dos discursos de que nos parecían lindas, que eran especiales, mejores que las otras; con una florecita y un regalito… Todas eran para uso personal, a casi todas las con-vencíamos.
Luego sí les poníamos sus “estate quieta”, unos cuantos golpes, castigos merecidos cuando se rebelaban, cuando no hacían las cosas bien o sólo por el gusto de recordarles quien mandaba. Había veces en que a uno se le pasaba la mano y las servidoras nos quedaban atrofiadas o se morían –a mí, sólo una o dos veces me pasó-, pero había muchas más para sustituirlas, así que no pasaba nada grave.
Sí, sí había leyes para que no fuéramos tan desperdiciados de nuestra mano de obra gratuita, pero como nosotros, o las que querían ser iguales a nosotros, éramos los policías, los gobernantes, los jueces, los sacerdotes, los médicos; teníamos el saber y las decisiones y, entonces, estábamos protegidos de ser sancionados. Era nuestro reino.
Lo que no sabe ahora casi ninguno de los que nació en esta época, es que, en ese entonces, había un lujo del que nadie hablaba porque las servidoras se escandalizaban y no queríamos que se rebelaran en masa. Luego andaban reclamando, hacían manifestaciones y esas cosas. Bueno, ahora tú lo ves como algo del diario, pero en esa época, cogerse a las siervas menores, a las niñas de tres, cuatro años, estaba prohibido. Bueno, según prohibido, porque en la realidad, las agarrábamos a diario. Eran tan tiernitas, con sus ojitos brillosos, sus manitas regordetas, sus vocecitas que apenas comenzaban a articular palabras. Sus madres les ponían vestiditos y las peinaban para que estuvieran limpias o que se vieran lindas, como una forma de cariño, y nosotros lo aprobábamos, lo aplaudíamos; las muy ilusas servidoras creían que era por la misma ternura que ellas sentían. Nosotros veíamos a las chiquillas por ahí, aprendiendo a caminar, jugando o, luego, corriendo como conejos listos para ser cazados. Eso sí, el inconveniente era que había que engañar a las madres, dormirlas con cuentos de que las amábamos, o mandarlas a trabajar por sustento para que nos dejaran las niñas a la mano. Ahí luego se daba uno el gusto, las siervas menores eran un lujo bien sabroso. Si era uno listo, hasta los 10-13 años podías seguirlas disfrutando. Cuando nos aburrían, buscábamos a otra.
Algunos perdían el control y las herían severamente o se les morían y se armaba una bulla. Las servidoras ahí sí eran un problema grande, se ponían como fieras, gritaban, lloraban, exigían castigos contra uno. Algunas con unos gritos o dos, tres cachetadas se estaban en paz; otras daban mayores dolores de cabeza, ponían demandas legales o querían vengarse. Luego andaban ahí, como águilas, sin despegar la vista de sus niñas. Un estorbo, estorbo total, de veras.
Entonces, vino una idea genial, “la servidora-incubadora”. A esas les alquilábamos el vientre, las convencimos, con hambre, con discursos, con secuestros, con miseria, de que los hijos e hijas que parían no tenían vínculo alguno con ellas, que eran de uno. Ni siquiera les dejábamos el trabajo de criarlos para que no aprendieran a quererlos. Sólo las usábamos para que gestaran y, tan pronto nacía el hijo o la hija por el que le pagábamos unas monedas, nos pertenecían los bebés, ni dejábamos que los vieran.
Ese fue el comienzo de esta nueva era, pasamos de ser los reyes a ser los dioses con estas siervas menores nuevas, y algún siervo menor, en nuestras manos. Míralas cómo nos atienden, cómo están entrenadas, apenas nacen, a que podemos disponer de ellas y si se nos pasa la mano o si acabamos con ellas por placer, sólo compramos otra en el mismo mercado. Ya sin escándalos, sin gritos, sin quien reclame por ellas. La nueva era, le digo.
¿Cuál era su otra pregunta? ¿Algo que yo extrañe de los tiempos de antes?
Nada, somos dioses ahora.
Espere, sí. Es un detalle nada más, pero hay algo que se ha perdido, viejo nostálgico que es uno, puro refinamiento. En esa época, las nenas, cuatro-seis años, cuando las estábamos lastimando, cuando sufrían, cuando nos veían acercarnos y se orinaban de miedo, llamaban con sus voces infantiles a su madre: -mamá, mamita; ayúdame, mami-.
¡Qué placer sentía uno con esa súplica y saber que teníamos el poder, que nadie vendría a salvarlas!
Ahora, igual les duele, igual gritan, pero ya no tienen a quien llamar cuando lloran.
jueves, 17 de mayo de 2018
LESBOFOBIA
Patricia Karina Vergara Sánchez
pakave@hotmail.com
El acto de lesbofobia más reciente que recibí fue en una discusión hace unos días. Otra compañera y yo apenas comenzábamos a argumentar por qué era necesario que un espacio tal se mantuviera sólo para mujeres como espacio de seguridad. En tanto, la mujer que desea imponer a un hombre en ese espacio, pasó por todos los argumentos conocidos:
pakave@hotmail.com
El acto de lesbofobia más reciente que recibí fue en una discusión hace unos días. Otra compañera y yo apenas comenzábamos a argumentar por qué era necesario que un espacio tal se mantuviera sólo para mujeres como espacio de seguridad. En tanto, la mujer que desea imponer a un hombre en ese espacio, pasó por todos los argumentos conocidos:
"No todos los hombres…", "también hay mujeres violentas…",
"éste sí es muy buenito, buen padre y amigo y ciudadano…", "yo respondo por él…"
En fin, nada nuevo cuando hablamos de un mundo en donde a las mujeres se nos enseña a poner nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra propia seguridad y bienestar y, por supuesto, la relación con otras mujeres, por debajo de la lealtad a ellos.
Cuando fue evidente por nuestros rostros que esos argumentos no nos hacían ningún sentido, lanzó la pieza maestra: “Es que yo no soy como ustedes (la compañera y yo somos lesbianas), a mí sí me gustan los hombres”.
Cubetada de lesbofobia en pleno rostro. Ese gesto de: ¡Tengo el argumento definitivo!, como si el que no nos “gustaran” los hombres nos hiciera de inferior valor o inferiorizara nuestros argumentos, como si eso nos silenciara.
Como si el pensar la construcción de espacios de autocuidado en un país de tal magnitud de violencia contra las mujeres fuera una idea descabellada, tanto que sólo a unas odiahombres, sólo a estas lesbianas, se les podría ocurrir.
“A mí sí me gustan los hombres” como gesto-enunciado deslegitimador de las otras, es un acto lesbofóbico porque establece jerarquía entre el argumento de la hegemonía heterosexual y las reflexiones, deseos, propuestas de quien no pertenece esa hegemonía y se aprovecha de esa jerarquía para negar o tratar de silenciar a la otra.
Al final, es cierto, de su lado tiene el poder de la heterosexualidad que sostiene al sistema y ella misma actúa como agente del sistema perpetuando la adoración al falo (al poder de la masculinidad).
Sin embargo, cuánto pierde esa mujer al negar la posibilidad de un espacio no mixto, cuánto pierde al desechar la complicidad con mujeres que podrían ser sus aliadas en la cotidianidad, cuánto pierde como mujer que perpetúa la mirada despectiva sobre las desobedientes.
Tras esta historia, y en el marco del 17 de mayo, y la importancia de nombrar, visibilizar y denunciar la lesbofobia, he venido reflexionando sobre que los actos lesbofóbicos cometidos por mujeres leales al status quo, no sólo lo perpetúan, no sólo es que violenten a las lesbianas; son atentados de las mujeres contra sí mismas, contra las alianzas posibles; autovigilancia que les impide cuestionar los mandatos impuestos para sí; impedimento para cuestionar el modo de vida en servidumbre, concreta o simbólica, al otro, a los otros e, incluso, para preguntarse sobre la propia heterosexualidad. La lesbofobia no es otra cosa que pedagogía de la docilidad.
Así, es necesario recordarnos constantemente que la lesbofobia:
1.- Es una represión política del régimen político heterosexual que nos hiere, discrimina y atenta contra el bienestar y la vida de quienes nos rebelamos, de quienes lo desafiamos.
2.- También, condena a las mujeres mismas que la ejercen, es veneno contra sí mismas, es el régimen introyectado en sus cuerpos y vidas.
Por ello, quiero aprovechar esta fecha para señalar que decir lesbofobia es, entonces, referirse a la opresión hecha palabra, acto y carne sobre sobre las mujeres todas.
"éste sí es muy buenito, buen padre y amigo y ciudadano…", "yo respondo por él…"
En fin, nada nuevo cuando hablamos de un mundo en donde a las mujeres se nos enseña a poner nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestra propia seguridad y bienestar y, por supuesto, la relación con otras mujeres, por debajo de la lealtad a ellos.
Cuando fue evidente por nuestros rostros que esos argumentos no nos hacían ningún sentido, lanzó la pieza maestra: “Es que yo no soy como ustedes (la compañera y yo somos lesbianas), a mí sí me gustan los hombres”.
Cubetada de lesbofobia en pleno rostro. Ese gesto de: ¡Tengo el argumento definitivo!, como si el que no nos “gustaran” los hombres nos hiciera de inferior valor o inferiorizara nuestros argumentos, como si eso nos silenciara.
Como si el pensar la construcción de espacios de autocuidado en un país de tal magnitud de violencia contra las mujeres fuera una idea descabellada, tanto que sólo a unas odiahombres, sólo a estas lesbianas, se les podría ocurrir.
“A mí sí me gustan los hombres” como gesto-enunciado deslegitimador de las otras, es un acto lesbofóbico porque establece jerarquía entre el argumento de la hegemonía heterosexual y las reflexiones, deseos, propuestas de quien no pertenece esa hegemonía y se aprovecha de esa jerarquía para negar o tratar de silenciar a la otra.
Al final, es cierto, de su lado tiene el poder de la heterosexualidad que sostiene al sistema y ella misma actúa como agente del sistema perpetuando la adoración al falo (al poder de la masculinidad).
Sin embargo, cuánto pierde esa mujer al negar la posibilidad de un espacio no mixto, cuánto pierde al desechar la complicidad con mujeres que podrían ser sus aliadas en la cotidianidad, cuánto pierde como mujer que perpetúa la mirada despectiva sobre las desobedientes.
Tras esta historia, y en el marco del 17 de mayo, y la importancia de nombrar, visibilizar y denunciar la lesbofobia, he venido reflexionando sobre que los actos lesbofóbicos cometidos por mujeres leales al status quo, no sólo lo perpetúan, no sólo es que violenten a las lesbianas; son atentados de las mujeres contra sí mismas, contra las alianzas posibles; autovigilancia que les impide cuestionar los mandatos impuestos para sí; impedimento para cuestionar el modo de vida en servidumbre, concreta o simbólica, al otro, a los otros e, incluso, para preguntarse sobre la propia heterosexualidad. La lesbofobia no es otra cosa que pedagogía de la docilidad.
Así, es necesario recordarnos constantemente que la lesbofobia:
1.- Es una represión política del régimen político heterosexual que nos hiere, discrimina y atenta contra el bienestar y la vida de quienes nos rebelamos, de quienes lo desafiamos.
2.- También, condena a las mujeres mismas que la ejercen, es veneno contra sí mismas, es el régimen introyectado en sus cuerpos y vidas.
Por ello, quiero aprovechar esta fecha para señalar que decir lesbofobia es, entonces, referirse a la opresión hecha palabra, acto y carne sobre sobre las mujeres todas.
jueves, 10 de mayo de 2018
HETERONORMA, RÉGIMEN HETEROSEXUAL Y HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA
Patricia Karina Vergara Sánchez
Una norma es una regla u ordenación que varía de acuerdo al tiempo y al lugar en que se aplica, puede ser negociada o modificada de acuerdo a las necesidades de quienes la aplican o la siguen y se refiere a acuerdos en determinadas sociedades y contextos, como las normas jurídicas, las normas viales, las normas laborales, etc.
Así, cuando para analizar la heterosexualidad y sus implicaciones en la vida de los individuos, usamos el concepto “heteronorma” acuñado por Michael Warner en 1991, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es una norma/regla/pauta, justamente, y cuando pensamos en la heterosexualidad como una norma, lo que estamos diciendo es que la heterosexualidad es un arreglo o pacto de convivencia social.
Sin embargo, no es justamente que la heterosexualidad pueda ser negociada, discutida o transgredida de la misma forma que los reglamentos urbanos, los reglamentos escolares o las normas del buen vestir en un evento social. Ver o enunciar como "norma" la vida en la heterosexualidad significa invisibilizar su dimensión política, de construcción y constitución de estructuras del mundo contemporáneo. Así mismo, significa que los cuestionamientos que se hagan a la norma no serán radicales, serán apenas reformas y posibilidades de convivencia desde “modificaciones a la norma”. Cuestionamientos que no irán a la raíz, porque no discuten la intencionalidad política de la sujeción.
De ahí se desprenden discursos tan errabundos como el que se puede tener una práctica “heterosexual” pero “no estar heteronormada”, que toda práctica homosexual contraviene la heteronorma o que un sujeto sexuado masculino y una sexuada femenina pueden tienen una sexualidad no heternormada porque ella lo penetra a él y otros enunciados por el estilo que tienen las discusiones girando en torno a los sentires socialmente construidos más inmediatos y sus lugares comunes.
Ante ello, es preciso pasar a comprender la heterosexualidad en su dimensión estructural, como se podrían comprender la clase, la raza o el género. Al respecto, ya a fines de los setentas y principios de los ochentas, Monique Wittig acuñó previamente la concepción del “régimen heterosexual” y Adriane Rich mostró la “heterosexualidad como obligatoria”.
Dimensionar el “régimen heterosexual”, nos permite mostrar que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad que controla a las sociedades contemporáneas, asignándolas a existir en dependencia y a agruparse por parejas en donde se asignan distintas tareas de la producción y reproducción según el sexo/la presunta capacidad paridora de cada individue. Así, el lugar estructural de la heterosexualidad le confiere un poder organizativo de la vida en sociedad, por lo tanto, ese poder es político.
Me interesa señalar el régimen heterosexual actúa sobre todes les individues sosteniendo hoy el modo de vida capitalista, pero que sobre la vida de las mujeres se inscribe además en forma obligatoria. Sería pues, la “heterosexualidad obligatoria”, la Institución patriarcal que por medio de mecanismos de disciplinamiento y control naturaliza la heterosexualidad como “deseo” para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones (Rich, 1985: 11) y yo agrego: con el fin de mantener- por medio del trabajo de los cuerpos de las mujeres, su presunta capacidad paridora y sus cuidados y afectos- los sistemas económicos y políticos que en esta lealtad y servicio se sostienen.
Sin estos elementos mínimos de comprensión política, no estamos hablando de discusiones radicales porque no se va a la raíz, mucho menos de discusiones lesbofeministas.
Buen día.
LAS COMADRES
Tengo una hija que aun cuando es mayor de edad, aun depende económicamente de mí, porque es estudiante. En fin, que ella llevaba un tiempo con la cabeza color amarillo paja, parecía personaje del Mago de Oz, porque se decoloró el cabello para pintárselo de morado y cuando se acabó el tinte no le alcanzaba para comprar más y yo no le daba dinero fuera del presupuesto porque mi estrategia "pedagógica disciplinaria" es que "si tu cuerpo es tuyo te toca resolver lo que haces con él".
Entonces, vinieron mis compañeras lunas y le dieron dinero para que se comprara el dichoso tinte y le alcanzó como para cinco tintes y ahora su cabeza es azul.
Fue cuando me puse a pensar en cuántas veces mis estrategias pedagógicas han quedado arruinadas por mis amigas y aliadas políticas y debo reconocer que eso ha sido siempre, siempre,pero siempre. Y, quiero agradecerles a todas por ese arruinamiento, a todas mis comadres. A las de ahora y a las de toda la historia de crianza.
La comadre, las comadres, son esa que co-materna con una. Aquella aliada indispensable que da consejos, ayuda a bajar la fiebre o a coser un disfraz de abejita cuando la otra, como yo, es bastante torpe en manualidades.
Mis comadres han sido del mundito feminista y lesbofeminista porque es donde yo me muevo, así que sus habilidades comadriles han sido no siempre tradicionales, pero siempre útiles, generosas y bienvenidas. Así, alguna le enseñó a leer, otra a pintar las paredes - a intervenirlas, según ellas- con acuarela y otras pinturas varias. La sexologa le habló de sexo y el día que salió de "Adelita" en el festival escolar, hubo una asamblea para decidir si llevaba un arma o no, pues había unas que decían que sí, que a las mujeres se nos han negado históricamente las armas y otras que decían que la revolución no requería armas. (Al final, usó un rifle de palo, como los zapatistas que era lo que ella quería desde el principio). Igualmente, tengo fotos de la feminista más radical de la ciudad, con flores en el cabello y cargando una piñata de Fiona para un cumpleaños.
Todas estas historias las cuento para recordar y recordarme que he tenido una maternidad muy placentera y privilegiada, pero que esta maternidad gozosa no habría sido posible sin todo el ejercito de comadres que han acompañado esta crianza, incluida mi tía y mi hermanita. Como dice mi hija, le ha tocado una maternidad colectiva. Por ello quiero aprovechar la fecha-excusa y decirles: infinitamente, gracias.
Gracias por arruinar mis intentos de disciplina y convertir el proceso en un ejercicio libertario y gracias por los ratitos o por los años que han estado. Nos hemos equivocado a veces y se ha inmiscuido gente malvada, es cierto, también, que ha habido tiempos de dificultades económicas y desacuerdos, pero, salvo lo que dirá ella al paso de los tiempos, la balanza parece ser favorable. Gracias por los cuentos, por los carritos de control remoto y por las criticas de frente cuando les parecía que yo metía la pata y por la ayuda toda. Gracias por el co-maternaje, las madres necesitamos manada para la crianza.
Finalmente quiero decir, desde mi privilegio, que ojalá todas las mujeres puedan elegir si desean la maternidad y que si la eligen, se acerquen mil comadres amorosas y que deseo sinceramente que acabe pronto esa campaña pseudoprogre de niñafobia donde parece que una niña por portarse como niña es insoportable, pero si lo hace un adulto es transgresor o donde les parecen que les pequeñes estorban por hablar o existir en el mismo espacio o donde se argumenta que les niñes son ladrones de vida de las madres y se rechaza a les pequeñes castigando y alejando así a las mujeres por su maternidad. Yo quiero afirmar que quien roba la vida y la alegría de las madres es la heterosexualidad obligatoria y el capitalismo que condenan a las madres a atender a los hijos y al marido aisladas de otras y en servidumbre.
Hoy brindo por maternidades elegidas, colectivas y gozosas para todas las que quieran. Ojalá.
lunes, 7 de mayo de 2018
MADRE
Mi madre fue una mujer que trabajó para construir una casa, para criar a su hija e hijo y para sostener de muchas maneras a su marido en sus aventuras de “revolucionario, rebelde”, “libre”, decía él. Era sólo un macho progre. Yo me tragué el cuento muchos años. En el discurso, él era el héroe, ella la de gustos pequeñoburgueses (tan pequeñoburgueses como comprar comida para toda la semana y jabón limpiador).
En fin, lo que quería contar es que ella casi no disfrutó de sus crías porque la pasó trabajando todo el tiempo, hasta que su cuerpo y la esperanza se le agotaron tanto que murió. Salía a las siete de la mañana, volvía a las nueve de la noche, volvía a una casa fuera del área metropolitana, porque fue la que pudo pagar. Trabajaba mucho y en zapatos de tacón alto y con ropa incómoda, la “buena presentación” que le exigía su labor, todo el día. Aún con todo ese trabajar, nunca ganaba demasiado, había muchos lujos que no se podía dar, que no nos podía dar. Por ello, cuando una compañera de trabajo le ofreció juguetes de marca comercial en pagos, quiso aprovechar la oportunidad y pidió un conjunto de muebles para muñeca, que a ella le pareció “elegante”. Se trataba de una salita de estar armable con platos y tazas de plástico y otros accesorios.
Cuando terminó de pagar el juguete, se lo entregaron en su trabajo. Parece ser que, en algún momento del trayecto de vuelta a casa, ella se quedó dormida en el transporte público y se abrió la caja desparramándose el contenido. Cuando despertó, ella creyó recoger todas las piezas y se fue a casa.
Al abrir la caja y armar el juguete, faltaba una pieza, el respaldo del sillón. A mí, que tendría unos diez años, me gustó mucho y no me importaba la pieza faltante, la cubrí después con un pedacito de tela. Sin embargo, recuerdo su rostro de desilusión, de frustración, tengo la imagen grabada. Habría querido ser yo la madre y acunarla y decirle que todo estaba bien, que ese trocito de fiesta roto no acababa con la fiesta.
Ahora entiendo lo que implicaba, las horas de explotación laboral, la doble jornada, la angustia por los niños solos en casa, las horas de ida y vueta en el periférico hacia el trabajo, los años pasando, el agotamiento del cuerpo y, en tanto, el gustito único saboteado, entiendo, ¡vaya que entiendo!
Yo misma me recuerdo, hambrienta después de una larga jornada de trabajo y tratando de decidir entre comer algo en ese momento o no comer para poder correr a la guardería a recoger antes a mi niña para lograr estar un ratito más, besarla, jugar con ella antes de que se quedara dormida y recuerdo, también, llorar por la frustración ante el embotellamiento vial saboteándome esa media hora tan preciosa.
Ayer vi en las redes una imagen, parece ser que es viral y que hay a quien le parece graciosa: Es una mujer con ropa que me recuerda a una oficinista y que en el tren se quedó dormida y se le cayó una pizza grande que está arruinada en el piso.
Para mí, la historia alrededor no es difícil de imaginar: El cansancio, la cena que no va a llegar a casa, su desilusión y frustración cuando despierte, la sensación de torpeza, quién sabe si le queda dinero para comprar más comida...
Sólo quiero decir que cuando pienso en el feminismo y en el lesbofeminismo, pienso en esas nosotras, en mi madre, en mi hija, que creció en la guardería mientras yo lograba llegar, en la mujer de la pizza, en la señora que carga pacas enteras de periódicos, en la compañera que trabaja en fábrica de telas y respira tinturas, en mis amigas, en mí.
Pienso en todas las sobreexplotadas por el sistema patriarcal en su manifestación capitalista; en las que se ocupan de sostener las casas con su trabajo productivo y reproductivo; en las que siembran futuro para otras, por ejemplo, para que sus niñas vayan a la universidad o tengan opciones y puedan soñar con que ningún patán se aproveche de su trabajo y cuidados; en las que antes de salir de trabajar o al volver del trabajo son violentadas por el marido o por el padre o por los familiares celosos o posesivos o envidiosos, o exigentes del trabajo asalariado de ellas; pienso en todas las que nos quedamos dormidas en el transporte público y hemos perdido cosas tan valiosas como el tiempo nuestro, como el tiempo para preguntarnos por el sentido de la vida y darle sentido al estar vivas.
En tanto, se viene el 8 de marzo y tanta gente progre está ocupada en protagonismos, en qué va a decir y quien va a decir sobre las mujeres o cómo dejar de ser mujeres o cómo desaparecer a las mujeres del centro del feminismo; o bien, discuten por el tamaño de su pancarta y el numero de visualizaciones del cartel de su colectiva en las redes; algunas aquí se preparan para el viaje fast track, las que pueden pagar el pasaje a Chiapas, que no serían mi madre ni la señora de la pizzas, eso seguro; hasta discusiones que miro en sitios institucionales sobre el paro que en párrafos enteros no nombran a quienes paran y veo, también,dramas en colectividades por quien va a tomar el micrófono en alguna marcha (hombres propuestos incluso) …
En fin, que tengo nostalgia y ganas de recordarme y recordarnos que el 8 de marzo es el día de las mujeres trabajadoras, no de las dibujadas y esbeltas siluetas en el cartel/afiche con un casco de obrera en la cabeza y un desarmador en la mano, hablo de todas las que nos hemos quedado dormidas en el transporte o llorando de frustración por las primaveritas rotas, de las que no recibimos salario por nuestro trabajo que genera riqueza al mundo, de las desempleadas por protestar todo el año, de las que están muy cansadas, pero no tienen pensión para el retiro… Que hay otra propuesta que también importa y es encontrarnos entre nosotras y para nosotras, que es necesario rebelarse al despojo de la palabra “mujeres” y de la palabra de las mujeres para proponernos entre nosotras, entre las protagonistas de estas historias, con la que está sentada al lado en la oficina, en el salón de clases, en la fila de la compra del pan, en el bus, planes concretos y exactos para escapar del sistema depredador que nos va masticando en cada cabeceada en el tren, un poco cada vez.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)